jueves, 21 de junio de 2012

Un hombre traslúcido de ropaje oscuro.

Sumergida en el barro y pisando los charcos que anegan la calle, camina y busca. ¿Qué busca? Merodea entre casuchas abigarradas en gran desconcierto, las que, sin alinearse, se apropian de las callejuelas. Cada vez más estrechos son los pasajes por donde circula; se abren nuevos hacia un lado y hacia el otro, sin hallar una salida.
Un hombre de ropaje oscuro no se ensucia, porque no pis, flota. Es casi transparente y pasa. No la ve a ella, ni distingue a los chicos que chapotean en el lodo, rodando cubiertas y empujando un carro. Ella ve, y le da miedo ver esos entes sin rostro. Son dos, que la observan desde dos pobres ventanucos de cortinas raídas, casi hilachas.
El cielo se está encapotando. Una garúa finísima cubre los techos y la ropa de la gente que pasa encorvada, casi vencida. Se elevan densas columnas del humo de la quema y de las chimeneas de chapa. Sale más humo de las paredes y de los techos y se confunde con la neblina.
Mucho frío por esos pasadizos, por donde se dejan oír alaridos lacerantes y clamores de dolor. También ella va ahora encorvada y encogida. Un jamelgo viejo sigue atado a las varas del carro del basural. Cuatro perros flacos se muerden con ferocidad y hambre. A lo lejos se oyen sirenas y bocinas. Patrulleros policiales, ambulancias, camiones de bomberos, y el pitido de un tren que parte al anochecer.
En esa cortada, el barro se hace más pesado. Se hunde en ese barro de chocolate y no quiere perseguir al hombre de negro y traslúcido. Tropieza en una piedra, se resbala y se lastima la cara. Desde el suelo, a unos metros de la esquina, ve un cuerpo caído. Lleva un gabán oscuro y ahora está cubierto de barro.

El ring ring del teléfono la despierta. Demora en saltar de la cama para atender, porque se alegra al descubrir que cayó el telón, y que está protegida en su hogar. Afuera hay caminos anchurosos y senderos despejados. No tiene tiempo de interpretar quién sería ese hombre oscuro pero transparente; ni siquiera puede relacionar ese escenario con las afueras de Rosario, donde los ocupantes de la villa sobreviven; tampoco analiza esos entes tristes sin rostro, como dos máscaras del carnaval que se terminó.
-Sra., le hablo de la clínica San Bernardo.
-Sí, la escucho.
-El médico de guardia, del área de Terapia Intensiva necesita verla con urgencia.
-¿Qué? ¿Falleció?
-No puedo darle información. Soy la telefonista.
Adriana había regresado hacía una hora a su casa, luego de oir el informe médico del paciente. Sentía como el fastidio que da la extenuación del caminar por arenas movedizas y la persistencia de la fatiga en la espalda. Sus ojos, de párpados gordos, daban cuenta de todo eso; pugnaban por cerrarse y no ver más la quietud de los semblantes cruzados de cánulas, vías, tubos, sondas, ni la sentencia de los pasillos de luz difusa, ni escuchar el silencio blanco de los sanatorios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.