sábado, 12 de mayo de 2012

Espejismo fugaz con arnés.

La mente gira y gira y se suceden episodios e instantes que se esfuman así, como llegaron, pronto y rápido, para pasar a otras sensaciones, otras emociones. Como un caleidoscopio van desgranándose imágenes, colores, luces, y también olores y sabores.
En las escalinatas del Washington Square Park, mimos y malabaristas dan su espectáculo a la gorra. Un pintor boceta el paisaje urbano e improvisados músicos callejeros expresan sus melodías; una armónica solitaria contra una columna; una guitarra melancólica de blues, en la vereda. Los sonidos de la música, la vocinglería de los estudiantes y el aroma de café, capuccinos y pizza, que vienen de las calles laterales, van crteando el encanto de esa tarde en el Greenwich Village de Manhattan.
No me doy cuenta, cuando poco a poco, la bohemia va invadiéndome y me encuentro de la mano de Marcel Duchamp en la cúspide del arco de la plaza. Me habían atado un arnés y me encaramaron con suavidad. Él está proclamando la república libre e independiente de Washington Square, estado de Nueva Bohemia. Desde allí puedo divisar al joven Bob Dylan en "White Horse Tavern", garabateando las letras de una canción, guitarra en mano. En la entrada de un edificio con barandas de hierro forjado, un viejo escritor toma notas. Creo, si no me equivoco, es John Dos Passos, o quizás sea Henry James.
Aunque no vea flamear la bandera gay desde aquí arriba, sí puede verse el grupo escultórico dedicado a la comunidad. George Segal invita a los paseantes a transitar por el lugar y detenerse para el reposo.
Va cayendo la tarde; el sol se esconde tras el arco gigante y bajamos, Marcel y yo, haciendo rapel ¡Oh, sorpresa!, al pie del arco, Robert De Niro me extiende su mano y me invita a "Blue Note" para escuchar jazz. Un amigo, Erico, esta noche debuta. Antes, nos detenemos a degustar un brunch: salmón con alcauciles y cerveza belga, sentados casi enfrente de una enorme escultura de Picasso.
Ahora el fugaz espejismo va desvaneciéndose, y porque no tengo arnés, ni mosquetón, prefiero descender el paredón saltando piedra a piedra por el camino de las cabras. Ya en el prólogo del sueño, veo un arcoiris gigantesco que esconde figuras recortadas en blanco y negro. Oigo los violines del arroyo. El aroma intenso de hojarasca y de hongos, deja sin contraste y sin relieve a los recuerdos. Se oye el toc-toc de un pájaro carpintero por el robledad y un colibrí desorientado, revolotea saludándome.

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