sábado, 19 de noviembre de 2022

DELITO DE ENCUBRIMIENTO

 

 

Hay un pueblo chiquito, perdido en el interior profundo, que es mágico y asombroso. Donde antes andaban los carros trasladando los vicios o los turcos trapichando jabón jaboneta veine veineta, allí se ha formado un cañadón que divide ambas partes del pueblo angosto. Poco a poco, fue creciendo la urbanidad y sus normas.

Sin mediar acontecimiento meteorológico, ni que un burro rebuzne como rezando, ni que desde la mezquita se invite a la oración, un hecho inusitado despertó la somnolencia del poblado. Apareció por la calle, un hombre encuerado con la naturalidad que la naturaleza le dio. Valga la redundancia. Teodoro Calvo, que no era lampiño caminó con indiferencia. Me contó mi abuela que se dirigía hasta la orilla del arroyo, que por esos días de tanto calor, era un hilito melindroso que se lamentaba por tanta sequía. Él, seguramente quería aclarar sus ideas.

-¿Está en pedo? -decían las comadres, mientras barrían la vereda.

-Es un pecado de Dios. Nunca viene a misa. -Proclamaba el cura párroco.

-¿Será una nueva modalidad de protesta? -Se preguntaba el Comisionado Comunal.

-¡Cuánto pelo tiene el Calvo! -Comentaban las monjas que llevaban a las pupilas de paseo dominguero. Se tapaban los ojos, pero espiaban entre los dedos, a la vez que acallaban el alboroto de las adolescentes.

-Qué desfachatado! -Gritaron enojados los parroquianos que desayunaban frente al prostíbulo.

En los pueblos petroleros abundan los hombres solos, ingenieros, maquinistas, capataces, obreros. Todos forasteros e infieles. En el cruce de la actual Avenida del Trabajo y Roca, era típico ver a la Tiburcia, la loca de amor, como le decían. Ella se paraba en la esquina para dirigir el tránsito con las ropas andrajosas y en la cabeza, ostentaba un calzoncillo, propiedad de quien le había regalado  la noche lujuriosa de los sábados.

Las vecinas espiaban desde las persianas para ver el color del calzoncillo y averiguar quién había sido el infiel, porque tanto locales como foráneos acudían al prostíbulo y a ella para saciar sus deseos incontenibles. Como siempre pasa en ocasiones parecidas, los casados también iban para obtener un poco de diversión. Sus esposas aburridas y quejosas eran unas matronas gordas y con ruleros.

-No es el calzoncillo del Toto. Un alivio. -se decía la Yoli.

-¡Ése es el calzón blanquiceleste de mi marido con la leyenda “Fuerza, que ya la tenés”! Lo voy a matar, justo anoche no volvió.

En la calle lateral se reunían las mujeres para las compras en el Almacén de Ramos Generales. El Cedro del Líbano, así se llamaba. Aprovechaban ellas a desenvolver los chismes de la semana, a sacar el cuero. Lenguas filosas y viperinas.  Una, con un ojo negro, porque dijo que se chocó con el ropero; la Mirta, que hace rato tiene sospechas y la tuerta Gómez, que no usa antifaz de pirata. Las tres armaron un plan.

Los hombres que apoyaban la iniciativa del Teodoro, pero no se animaban, ni mareados de alcohol barato, también comenzaron a buscar una estrategia, una especie de paro contra sus mujeres. Ellos se reunían en El empecinao. Como estaban transitando la Ley Seca, pedían sus bebidas que eran servidas en una taza y le reclamaban al mozo: Tapa, tío. Les decían los tapatíos.

Justo enfrente, en el Café bar “Los querubines” se hallaban los melindrosos, los chupacirios, los tirifilos, los indignados por tanta inmoralidad, el Juez de Paz, el Director de la Escuela, el Comisario… y otros del mismo palo.

Un revuelo sucedió en el mismo día. El profesor de Ética y Moral, por primera vez, fogoneó una sentada en apoyo al Teodoro, el corajudo. Quedaron las ropas tiradas en la puerta de la escuela y como si fuera un desfile cívico, salieron. Una rateada masiva. Los siguieron el Director y los otros maestros. Todos, rumbo al arroyo.

El monaguillo, beodo de tanto chupar el vino de la Sacristía, también salió encuerado, frente a los ojos absortos del cura. Lo siguieron las beatas mostrando su desnudez y porfía. El gomero, que le decían el rajao por mostrar medio traste y sin vergüenza, se cansó de regalar cubiertas viejas para los cortes de ruta, y partió.

En solidaridad con la kiosquera, a la que había quemado cuando tiró por la ventana el agua de los fideos (se dice que fue una venganza por haberla hecho cornuda con su esposo adúltero), también salió sin ropas, sin importarle las tetas caídas y su culo laxo. Nalgasflojas, su apodo.

Ya desde chiquita, la abuela se burlaba de las mujeres que, al escuchar las campanadas de la iglesia, acudían a misa. Sin saber razones, sólo por travesura, desde el plátano alto de la vereda, les lanzaba las borlitas llenas de semillas, que quedaban prendidas en sus mantillas negras o blancas.

Los del Empecinao que eran pocos, se unieron a la caravana, así, como vinieron al mundo, entre risotadas y chanzas. Los grafiteros desnudos estaban expresándose frente a la puerta del único cine, contra la prohibición de proyectar películas Triple A.

-¡Má, sí, vamos nosotros también!- El comisario y su escudero tiraron los uniformes y los birretes y salieron de “Los Querubines”.

-Si no tengo ley para propiciar la paz…- El Dr Aljarafe salió detrás.

La enfermera y el Dr. Medina dejaron la salita de primeros auxilios vacía y salieron encuerados de la manito.

Era tal el barullo provocado esa mañana, que las brasileras contratadas por el cabaret, madrugaron o más bien, extendieron su vigilia y se desnudaron para protestar contra la Tiburcia, que les quitaba los clientes. Los camioneros, obligados a plantar droga en los campos de soja, salieron mostrando toda su humanidad, y sus panzas.

-¡Qué lomos! ¡Qué fuerza! -decían las muchachas con todas las hormonas alborotadas. Los niños espiaban tras las celosías, porque tenían prohibición de salir.

No hay crónicas de la época, ni fotos de ese día memorable, ni siquiera quedó la estatua de Teodoro Calvo, ridiculizado con su miembro en baja, escondido entre el pelaje de orangután. La placa rezaba: En homenaje a la primera pueblada contra la hipocresía. Obra donada por el único bohemio del pueblo, Don Cáceres Alcatraz.  Dicen las malas lenguas que años después, mientras la ciudad crecía, cuando trabajaban en la cloaca mayor, las máquinas cavaron el arroyo sin nombre, subterráneo, y la estatua cayó para nunca más ser vista.

Todo esto me lo contó mi abuela, que en paz descanse. -¡Sé libre, pero digna, muchacha! -Una adelantada la viejita.

-Estoy leyendo apuntes de Introducción a la Psicología, donde aparecen teorías reivindicando la libertad sexual de las mujeres, y el derecho al placer en todas sus formas, la masturbación, inclusive. Dado que tengo que rendir Sociología I, en el oral contaré la historia del pueblo para argumentar respecto de los roles sociales, el liderazgo, y coaching proactivo. Una reforma última en el Código Civil plantea el delito de encueramiento. Tengo pendiente esta lectura. ¿O será encubrimiento?

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