Sacar la
cáscara seca de los plátanos para ver la lisura verde claro que renacía debajo
en primavera, era mi obsesión. De chica, niña traviesa, también me divertía al
sacar las cascaritas de la rodilla magullada o de los brazos lastimados, para
ver la sangre que manaba. Qué placer chuparla, y al día siguiente ver la nueva
piel renovada, como una nueva protección.
-¿Otra vez te
lastimaste, Silvita? ¿Qué manía es ésa?
Los trapos humeantes, fomentos embebidos en té
de malva, insistencias de mi mamá, daban buenos resultados.
Donde vivo no
hay plátanos, pero sí hay un arrayán frente a mi ventana y un abedul en mi
jardín. Me entretengo y mientras pienso, rasgo las cortezas anaranjadas
canelas., al final del verano, cuando sus florecitas blancas ya se están
marchitando. Y disfruto quitando la cáscara blancuzca y deshilachada del
abedul, mientras el polen amarillo vibrante se esparce volando y se deposita
blandamente sobre todas las superficies y hace estornudar a los alérgicos, sin
parar.
“La cáscara
guarda el palo”, dicho popular, que como un escudo nos defiende, ¿de qué? ¿las agresiones externas? ¿los amores
egoístas? Las varias capas del corazón también protegen al latido intenso,
impulso vital. Sístole, se contrae. Diástole, se relaja.
Y la aurícula
izquierda, lo aprendí, alberga las emociones, los pudores, el optimismo, lo más
preciado.
Cada vez que
desprendo una cáscara, una piel, una corteza, es como intentar develar lo más
recóndito y exponer sentimientos “a corazón abierto”… pero queda sólo en el
intento.
¿Qué antigua
remembranza me viene hoy a la cabeza, quién sabe?
-Esta es el
alma y cada raya, es un pecado, hasta que el alma se pondrá negra -decía la
monja en catequesis, mientras dibujaba un corazón que poco a poco iba tapándose
de rayas –Y ahora, a confesarse!!!
-Los pecados
son costras que recubren las heridas –pontificaba con siete ingenuos años.
-Hay una
pulsión constante entre el hemisferio derecho y el izquierdo –Gabriela me decía
hace unos días.
-Sí, otra capa
más arriba, superpuesta, una cicatriz, no deja salir todo lo que se siente y
eso cuesta lágrimas y dolor, acá, en el costado, que se agarrota como un puño
–le digo- y el corazón ya no es un terciopelo suave; es una tela ajada por
tantos rasguños eternos, para descubrir las entretelas del alma..
Escena enésima
del teatro del taller de educadores.
Una
coordinadora como asistente de dirección.
Una
observadora como asistente de iluminación (de las ideas)
En círculo,
los participantes asumen cada uno un rol diferenciado.
Cada vez,
Silvia, siempre adopta el perfil de los que se tiran a la pileta para exponer
una problemática educativa y tentar al análisis pedagógico. Una exposición a
medias, que no termina de involucrarla en su interioridad, en su persona, en su
ser docente.
Los otros,
como oyentes pasivos, sólo atinan a argumentar, teorizar y promover
deducciones, inferencias, inducciones y transferencias.
Todos, al fin,
simulacros en cada acto, que resguardan la endodermis de los sentimientos, lo
que no se dice con hechos. Sólo el hemisferio izquierdo se pone en evidencia,
lo conciente, el raciocinio, la lógica. Corazón frío. Pecho caliente.
Una mano tibia
sobre la mano del otro. Una mirada en lo profundo de los ojos del otro. Una
caricia suave sobre la corteza fría y rugosa de un pecho que no late.
Un palpitar
acompasado junto al otro corazón.
Pecho frío.
Corazón caliente.
Esa nuez, el
cerebro duro es una corteza rígida que
hay que despejar para ver todas esas circunvoluciones e intersticios que no
dejan expresar las sensaciones, el inconsciente, las intuiciones. El lado
derecho se resiste, se tapona, no fluye. ¡Hay que buscar una salida!!!
La sangre no
circula, las arterias se taponan y una trombosis indica ¡Basta!
-Stress -le
dicen.
Antes, una vez
la sangre sí corrió y el embarazo quedó interrumpido y no hubo el hermano
esperado para las hijas.
Después, mucho
después, hubo mucha sangre, cuando Martín la expulsó en un balde y yo, al borde
del desmayo, me arremangué y lo quise hacer incorporar, pero no pude, y pedí ayuda
al vecino de la vuelta de la esquina. Parece mentira cuando uno necesita una
mano no hay nadie. Era un día soleado, de esos luminosos que invitan al paseo.
A dentro, todo era oscuro con olor a enfermedad, son sudor frío de sufrimiento.
Y la muerte, mucho más tarde
Hoy, los
anticoagulantes ayudan a que la sangre, mi savia, fluya. Ironías de la vida,
como carcajadas burlonas.
Dos amores,
irreconciliables, de momento, me espolean. Un amor filial, familiar, de la
sangre, y un amor intenso, amante, tardío.
A Tupac Amaru
quisieron desmembrarlo los españoles. De piernas y brazos tironearon los
caballos. No lo consiguieron y optaron por cortarle la cabeza.
Una ráfaga
ascendente y el calor me elevó otra vez y me fui pensando en la estrategia más
apropiada para que las personas como Silvia, superen sus angustias, sin
químicos, ni ideas desesperadas.
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