Como
una carcajada sarcástica, el mar sacude las barcas para humillarlas en su
pequeñez, entre flujo y reflujo de
ansiedad, en el vértigo de las marejadas sin tiempo y el alboroto de las aves
que huyen en escándalo de alas y chillidos.
Movimiento
violento de la entraña hirviente y desenfrenada. Remolino de despojos fugitivos
de tablas, de peces ahogados, de matas y de algas, brincando y sumergiéndose en
el tumulto oscuro, sin retroceso. Es como si el mar hubiera vomitado en su
paroxismo final.
En
la playa, entre los restos flotantes, las barcas embican, unas tras otras.
También yo.
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