miércoles, 14 de octubre de 2020

Leticia

 

 

Aunque estaba tan sorprendida y zangoloteada por el calor y los insectos, pude reconocer el cruce de corrientes donde saltan los delfines rosados. La embarcación se detuvo y con ella, el ruido de los motores. Un pajarraco renegado vino en picada y me besuqueó la cabeza rubia, hasta hacerme salir la rabia y transformar mi histeria en romanticismo.

Recordé la noche en que conocí a los muchachos y tan de repente, al ingeniero peruano que me enamoró de inmediato. Él le fue infiel a su esposa y me hizo sentir que miles de mariposas aleteaban en mi estómago.

-Nunca vi unos ojos tan claros, como cristales de esmeralda. – y yo vi sus ojos café, miré su cuerpo fuerte y me dejé abrasar en sus brazos protectores. El ritmo de la bachata hizo que mis pies hormiguearan y mi cabecita era un mero pote de miel.

Desde la costa, un guacamayo nos observaba en lo alto de una tanganara de flores rosadas. Embicamos en el muelle de la maloca de la comunidad Ticuna. Cada vez mejor y más despejada, aparecieron imágenes de nuestro recorrido la noche anterior, río arriba, cuando comenzaba a oscurecer en el Canal de Gamboa. Vimos los ojos amarillos de los caimanes, un osito dormilón colgando de una rama, una serpiente de tonos rojos confundida entre las lianas, una tarántula distraída y las silenciosas y negras canoas con bultos de contrabando.

-Le cuento, Leticia. Me cansé de abogar por la integración de los países limítrofes. Todavía siguen los cabildeos. ¡Una vaina! –Kapax, el Tarzán colombiano, sigue contándome su hazaña cuando capturó a una anaconda para después domesticarla. –No son violentas, si se las deja vivir.

En la Isla de los Micos, el guía Nabil me explicó que su nombre era el nombre de fantasía que usaba su padre hace 70 años, cuando trabajaba para los narcos de Cali.

Vamos regresando, ya es la hora del ocaso. Veo la estatua de la india cargando plátanos y también al pescador con su lanza. Nos apuramos para ver el espectáculo de los pájaros que llegan a un punto de la plaza.

-Nos encontramos con un gran problema ambiental –dice el funcionario en ese escenario ácido y fétido que cubre, como una alfombra, los bancos de la plaza.

No conocía esas historias. Un ruido de motoristas se oye por la calle principal. ¡Colombia! ¡Colombia! –se interrumpe la misa vespertina.

-¡Qué goleada, cabrones!  ¡No festejen todavía, que falta jugar contra Brasil, conchudos!

-¡Circulen, señores! Serán arrestados por disturbios en la vía pública. –Demoran a mis amigos y me quedo sola en la esquina.

-¿Me regala su documento, señorita? –y yo niego.

-¿Me regala su firma? –y yo niego.

Es que no puedo decirles que soy indocumentada, que soy Leticia Smith, la amante del ingeniero peruano Manuel Chacón, que fundó la población en mi honor en 18677.

-¿Y si me regala una sonrisa?

-Así está mejor. –me dicen y se van a controlar los desmanes en los bares de la ribera.

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