Aunque
estaba tan sorprendida y zangoloteada por el calor y los insectos, pude
reconocer el cruce de corrientes donde saltan los delfines rosados. La
embarcación se detuvo y con ella, el ruido de los motores. Un pajarraco
renegado vino en picada y me besuqueó la cabeza rubia, hasta hacerme salir la
rabia y transformar mi histeria en romanticismo.
Recordé
la noche en que conocí a los muchachos y tan de repente, al ingeniero peruano
que me enamoró de inmediato. Él le fue infiel a su esposa y me hizo sentir que
miles de mariposas aleteaban en mi estómago.
-Nunca
vi unos ojos tan claros, como cristales de esmeralda. – y yo vi sus ojos café,
miré su cuerpo fuerte y me dejé abrasar en sus brazos protectores. El ritmo de
la bachata hizo que mis pies hormiguearan y mi cabecita era un mero pote de
miel.
Desde
la costa, un guacamayo nos observaba en lo alto de una tanganara de flores
rosadas. Embicamos en el muelle de la maloca de la comunidad Ticuna. Cada vez
mejor y más despejada, aparecieron imágenes de nuestro recorrido la noche
anterior, río arriba, cuando comenzaba a oscurecer en el Canal de Gamboa. Vimos
los ojos amarillos de los caimanes, un osito dormilón colgando de una rama, una
serpiente de tonos rojos confundida entre las lianas, una tarántula distraída y
las silenciosas y negras canoas con bultos de contrabando.
-Le
cuento, Leticia. Me cansé de abogar por la integración de los países
limítrofes. Todavía siguen los cabildeos. ¡Una vaina! –Kapax, el Tarzán
colombiano, sigue contándome su hazaña cuando capturó a una anaconda para
después domesticarla. –No son violentas, si se las deja vivir.
En
la Isla de los Micos, el guía Nabil me explicó que su nombre era el nombre de
fantasía que usaba su padre hace 70 años, cuando trabajaba para los narcos de
Cali.
Vamos
regresando, ya es la hora del ocaso. Veo la estatua de la india cargando
plátanos y también al pescador con su lanza. Nos apuramos para ver el
espectáculo de los pájaros que llegan a un punto de la plaza.
-Nos
encontramos con un gran problema ambiental –dice el funcionario en ese
escenario ácido y fétido que cubre, como una alfombra, los bancos de la plaza.
No
conocía esas historias. Un ruido de motoristas se oye por la calle principal.
¡Colombia! ¡Colombia! –se interrumpe la misa vespertina.
-¡Qué
goleada, cabrones! ¡No festejen todavía,
que falta jugar contra Brasil, conchudos!
-¡Circulen,
señores! Serán arrestados por disturbios en la vía pública. –Demoran a mis
amigos y me quedo sola en la esquina.
-¿Me
regala su documento, señorita? –y yo niego.
-¿Me
regala su firma? –y yo niego.
Es
que no puedo decirles que soy indocumentada, que soy Leticia Smith, la amante
del ingeniero peruano Manuel Chacón, que fundó la población en mi honor en
18677.
-¿Y
si me regala una sonrisa?
-Así
está mejor. –me dicen y se van a controlar los desmanes en los bares de la
ribera.
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