Historias de conspiraciones, amores y amoríos, cabildeos
palaciegos, desavenencias de todo tipo en la búsqueda del poder político,
económico y social.
Hyde Park en Londres es uno de los más grandes parques
reales, construido por el Príncipe Alberto en homenaje a la Reina Victoria, por
mantenerse en el poder por sesenta y cuatro años. A su vez, la estatua del
príncipe está cuatro veces bañada en oro. Por amor, dice el guía. ¿Por amor? O
¿por amor al poder? Entonces me mira de soslayo y no responde.
Cuentan que un ladrón entró a la habitación de la reina,
quien con sus 91 años, necesitaba mezclarse con la plebe, lo convidó con un
vino, como para fogonear la charla (que duró largo tiempo) y espantar la
soledad y el frío del palacio.
El Puente de la Torre, el más singular de todos los puentes
sobre el Támesis, es color verde, imitando el color de las butacas de la Cámara
de los Lores. Representa también una historia de traición y adulterio. En la Torre
de Londres, conocido como Big Ben, Ana Bolena fue decapitada, luego de largo
tiempo en prisión. Ella era la amante de Enrique VIII, casado con Catalina de
Aragón, luego desplazó del trono a la española. La “mala perra” le decían. Con
sus intrigas logró la ruptura con la Iglesia Católica e instauró la Iglesia
Anglicana, quedando el rey como jefe, y como si fuera poco, generó la unión con
Gales. Historias de fantasía victoriana
dicen que “vuela el fantasma de la Bolena en la forma de cuervo”. Curiosamente,
hoy en la torre de Londres funciona la Aduana. ¿Amor al poder? Tengo la
respuesta.
-“Le Gravoche” fue el restaurant preferido de Lady Di. –Otra
vez pienso en amoríos, pasiones, y en la liberación femenina.
Hoy el Támesis luce sereno y azul. En lo alto se yergue la
Rueda de la Fortuna, comúnmente llamada “London Eye”. Hay una interminable fila
de turistas deseoso de observar la ciudad desde las alturas. Por el contrario, me atrae más ver la réplica
de uno de los barcos emblemáticos que vencieron a la armada francesa y
española. La columna de Nelson, el capitán, recuerda esa victoria en Plaza
Trafalgar.
Desde el Parlamento Westminster, en la orilla norte del río,
vemos el centro político del país y el Big Ben. Un grupo escultórico de siete
cuervos cautivos custodia la corona. “Si la Torre de Londres pierde sus cuervos
o vuelan lejos, la Corona caerá y Gran Bretaña con ellos”- dicen.
Cruzando hacia el lado sur, el puente Westminster tiene 55
pilares para prevenir futuros ataques. Queda sólo para circulación de
peatones. En 2017 fue el atentado por
terroristas islámicos.
Hay que hacer una pausa. La comida en un pub frente al río
consiste en cordero con brócoli guisado, patatas y endivias. Ya recuperadas las
energías, es hora de ver Londres actual.
Ojear el Backingham Palace, a la hora del cambio de guardia es una
verdadera atracción.
En el corazón del lado este, la vida de la ciudad fluye con
todo su esplendor cuando cae el sol. Por debajo, el metro de Londres. El Teatro
de Alberto, construido en 1871 por el príncipe, es una sala de conciertos de
prestigio internacional. Imagino la 9º de Beethoven y el Cirque du Soleil más
el Ballet Nacional. Se mezclan las voces de Pavarotti con Rod Stewart, Plácido
Domingo con Ella Fitzgerald y los conciertos de la BBC de Londres.
En Picadilly Circus
comienza la gran vía, comparada con la 5º Av. de N. York. Brilla el aluminio de
la estatua de Eros y el Palacio de Cristal. London Pavilion es la zona de los
teatros, cines y espectáculos, Trocadero, Majestic, y por Harrods Place no veo
a Tom Jones, ni a Pink Floyd. Allí surgió el movimiento Punk. Todavía pueden
verse algunos representantes.
Me alejo de la zona de pubs del centro y prefiero ver una
típica taberna del Barrio de Chelsea, frente al club. No desechamos la cerveza
en la barra, para acompañar la charla
con los lugareños que nos cuentan historias. Mareada ya, las imágenes no se
detienen: el beso de Lady Di con el príncipe Carlos en un balcón de Harrods.
Las escaleras mecánicas. Abby Road y los cinco de Liverpool. El brillo de oro
del Angel de la Justicia. El Soho y los homosexuales. La Catedral de St. Paul y
la misa con la estatua de la Reina Ana. El pub de Amy Whitehouse. Las
boleterías donde se vendían los tickets para el Titanic. Las caballerizas
reales. Las torres de vidrio donde viven Tom Cruise y Naomí Campbell… una
pluralidad increíble.
Me duermo con la satisfacción de haber vivido tan ricas
experiencias.
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