sábado, 9 de mayo de 2020

Retrato de una guerrera


Retrato de una guerrera
Sí, efectivamente, Olivia escribe poemas. También pinta. “El arte sana” le decía una amiga. Este tiempo de cuarentena es el más propicio para crear. Mientras diseña, los pinceles vuelan en alas de libertad. ¡Tantas veces estuvo haciendo pie para salir del limo de las arenas movedizas!
Desde el fatal accidente que se llevó a la madre, dice que lleva impresas esas ojeras oscuras. Es su seña particular que resalta unos ojos amarronados inquietos, que nunca abandonaron el estupor y la zozobra.
Si antes pintaba aguas turbulentas, donde un barco pirata navegaba con un clan intrépido, si antes fue la capitana de esa armada invencible, hoy pinta aguas claras que están en calma. Es la calma del guerrero que ha concluido mil batallas.
Deja los pinceles y escudriña unas patas de gallo impertinentes y unas canas pertinaces. No importa, se dice, son las marcas de la experiencia. De nariz aguileña, de pómulos desafiantes y mandíbula altiva, su boca se distingue con agresiva provocación.
Ella sabe que en sus luchas ha perdido mucho, pero son muchas más las ganancias en el balance actual. Ve a esa gran familia que constituyó solita, siendo madre y padre a la vez. Ha ganado, sí. “El amor se ha colado hasta mis huesos, sin pedirme permiso”, dice. También ha ganado unos kilos de más, que engrosan su cintura, pero ¡qué importa!, porque sigue cimbreándole a la vida.

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