Plan onírico
Él está sentado sosteniendo su
cabeza hueca, en donde bullen imágenes fatídicas.
Sus ojos verdes se disparan como
enajenado y no sabe el motivo de su furia. Golpea con frenesí a la mujer que
está cursando el cuarto embarazo. Gritos de angustia y dolor, mientras amamanta
a la tercera de sus niñas, que se asusta. Los otros chiquitos corren a
esconderse debajo de la cama. Un portazo impertinente da por finalizada la
escena. El silencio posterior es el protagonista de la obra.
No es capaz de disimular o
ignorar a las chicas que le coquetean, porque es un Don Juan. ¡Es tan lindo!
Dicen cuando lo ven en la cancha, donde él es el rey; los festejos por la
goleada no pueden despreciarse. Baile de seducción y amoríos lujuriosos
completan el cuadro.
La adolescente huye de las
miradas libidinosas de su padre que le desnuda su pobre almita. La nueva
esposa, que está embarazada la cela y grita ¡No la quiero en mi casa! La
despiden en la terminal de colectivos para regresar con su mamá.
Tres pesadillas y otra, que es
anticipo, como una premonición.
Su primera esposa llega y se
instala junto a él, que sigue sosteniendo su cabeza hueca, sin pelos, casi. La
mirada extraviada, las cejas blancas, el ceño liso, de los que no se sienten
culpables, la boca entreabierta que deja ver unos huecos obscenos y una lengua
exhausta. La barba blanca con la desprolijidad de los abandonados. Encorvado,
el torso. Raídos los zapatos de tanto caminar sin norte. Ella no ve debajo del
pantalón raído, pero imagina el miembro fláccido de la decrepitud.
Radiante y triunfal, en los
albores de la edad madura, lo sorprende con un golpe de prosa, que lo aturde. Se
tapa los oídos para no escuchar las tempestades de la mente, que ahora sí lo
atormentan.
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