lunes, 2 de julio de 2018

Al ras

Desperté en medio de un silencio profundo y supe. Ya no se oía el repicar de la lluvia sobre los techos, como anoche.
Desde mi ventana, un resplandor blanco me encandiló. Una admiración nueva, como la sorpresa de la primera vez que vi nevar. Siempre sucede lo mismo. Como el fuego crepitando en la chimenea, subyuga ver caer la nieve pausada, sutil, cubriendo todas las irregularidades, todas las miserias.
Es la hora de escuchar la blanca parsimonia, de palpar la lisura del horizonte gris, de vislumbrar al perro solitario que interrumpe con su negrura y los ladridos, tanta nostalgia. Pronto se oirá la algarabía de los niños jugando con los trineos, culipatinando, sin tiritar, y después...
-¡A casa, niños, que se van a enfermar!
No es el momento ahora de la sola contemplación.
Más tarde sobreviene la tristeza de pensar en tanta familia humilde, viviendo a puro mate cocido recalentado, con pobres techos llenos de goteras, con escasos leños, sin abrigo y con dolor.
A lo lejos, una hacha desolada parte la leña bajo la nieve, para entibiar, apenas, el pobre hogar. El frío da largas cuchilladas y el sol hoy no quiere alumbrar.

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