martes, 15 de mayo de 2018

Cortezas del alma

Era mi obsesión
sacar la cáscara seca de los plátanos
y descubrir la lisura verde claro en primavera,
para tallar un nombre y un te quiero.
Rascar la cascarita seca de la rodilla magullada,
chupar la sangre nueva que manaba
y poner fomentos de algodón y té de malva,
para cicatrizar.

Hoy, en otra geografía, ya no hay plátanos.
Tengo frente a mi ventana un arrayán.
Me sorprendí cuando fui a desprender
la piel fría, canela y naranja.

¿Se curan las heridas?
Había que explorar debajo de las cortezxas
y encontrar un tesoro,
llenar los huecos de la nostalgia.

Voy hacia el abedul del fondo
y le quito la cáscara blanduzca y deshilachada.
El polen amarillo se esparce volando y se deposita
blandamente, hasta hacerme estornudar y lagrimear.

Desprendo una cáscara,
una piel, una corteza.
Develar lo más recóndito.
Una cicatriz superpuesta
no deja salir la savia del corazón.
Se agarrota como un puño.
Ya no es terciopelo suave.
Es una tela ajada por tantos rasguños,
tantos engaños,
que no deja descubrir las entretelas del alma. 

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