viernes, 13 de enero de 2017

Tango ajedrez

Los pies tienen memoria de un ritmo casi olvidado. Acepto el convite, porque sé que podré llevarlas atodas con galanura y maestría. Me coloco el sombrero requintado y en un guiño abrazo a la primera, para iniciar una historia completa, incluso con notas a pie de página.
Viene otra milonguita de falda negra y tajo profundo y me saca el sombrero para ofrecerme otro, y no sé cuál elegir. Brazos verdes como pájaros. Dedos de seda y alas que recuperan el vuelo, me dejan su polen flotante en un perfume que subyuga. Hay mariposas de luz y luciérnaga sensuales. Hay pétalos de nácar y de coral, danza de contoneos y susurro de faldas y caderas poderosas, cinturas como juncos que se quiebran, se yerguen, se contraen. Hay balanceo de pechos como frutos maduros, seducción en la fragilidad de los gestos, párpados que caen como murciélagos, y apagan unos ojos que como centellas, ríen y provocan...
Las baldosas en blanco y negro se dibujan y se desdibujan en cada vaivén y los sonidos de mi cuerpo las abrazan a todas, como la sombra de un árbol protector, y luego me dejo llevar por anémonas y algas voluptuosas en un mar ignoto y canto de sirenas.

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