Recostado en uno de los senderos, veo
la bóveda enramada que apenas deja ver el prodigio de lo azul. El canto de las
aguas libres de un arroyo va cayendo por “La cascada de los novios”. Germinal
follaje de flores y semillas. ¡Tengo que tomar una decisión!
Un mágico canelo aquí, nalcas de
hojas inmensas por allá, coihues milenarios, cañas en profusión, helechos
gigantes, hortensias azules, copihues de pasión y enredaderas. Bosque umbrío,
verde. Todo verde y misterioso. El chillido de un pájaro que no veo entre el
follaje de un ulmo florecido, me
sobresalta, interrumpe mi ensoñación y comienzan las dudas y el miedo. Las
penumbras avanzan y las lianas se enroscan. Un ahogo en mi garganta y el poeta
es mi cómplice allá, donde gime el viento. ¡Debo tomar una decisión! Los ojos
del bosque escuchan el silencio ahora, cuando he tomado la decisión más
difícil. Mis besos se pierden en los humbredales, entre los hongos y las
charcas.
Voy al inframundo. Abro la tapa del
desagüe que está en medio de la calle, ante el asombro de los conductores
detenidos por el semáforo en rojo. Llevo traje de hombre-rana, snorkel,
antiparras y aletas. Destornillo el enrejado y voy bajando con la certeza de
encontrar la alianza de matrimonio que se me cayó de improviso. Se trata del
anillo de la abuela que, de tanto lavar la ropa en la tabla de madera y la
vajilla grasienta, ya estaba adelgazado, aunque era de oro 18 quilates.
Había visto un plano de las cañerías
que se extienden bajo el pavimento y van hacia el río; en un tramo se abren dos
tubos gruesos que permiten el paso de un hombre. Uno se dirige hacia la planta depuradora de
líquidos cloacales y el otro, desagua en el puerto. Sale justamente donde se encuentra
amarrado el catamarán “Litoral costero”.
Sé que hoy no sale a recorrer el río
y las islas, ya que no hay inscriptos y además es un día espantosamente
desagradable. Veremos hacia dónde iré a desembocar.
Ya sumergido en la corriente de agua
oscura, me coloco el snorkel y me dejo llevar con los brazos extendidos y con
la secreta ilusión de encontrar el anillo. De vez en cuando respiro sin snorkel
y por los aromas que percibo, puedo imaginar hacia dónde voy y calcular que ya
debo haber pasado la división de ramales. Olor a podredumbre, es decir, voy
hacia el puerto. Por el contrario, si el olor fuera similar a detritos humanos,
estaría yendo hacia el otro lado.
Confirmado: la luminosidad que
adivino me lleva a la desembocadura del recorrido, antes dicho. Imposible
hallar la alianza. Saco la cabeza y respiro aire contaminado. Veo
plantas acuáticas de todo tipo,
aguapeys, (no son los nenúfares de Monet, por cierto) camalotes, botellas de
plástico, pero increíblemente, entre tanta mugre florece un Irupé. Dos pájaros
pequeños de color herrumbre picotean con displicencia. Una burbuja gorda aflora
en la superficie del agua aceitosa, al tiempo que una rana salta sobre mi
cabeza.
Hacia la derecha veo la playa de
estacionamiento de un supermercado y a la izquierda, efectivamente, el
catamarán nombrado. Con esfuerzo salgo y camino marcha atrás, hasta que me saco
las patas de rana, al tiempo que voy desprendiendo de mi traje los
restos de vegetales y la inmundicia;
unos renacuajos, huevos rosados de ranas y hasta una anguila que se desliza por
mi espalda, amarrada al cierre.
Camino por el coqueto sendero costero
de adoquines bordeado de palmeras y me siento en uno de los bancos de
quebracho, hechos con travesaños de desguace del antiguo ferrocarril. El
guardia del estacionamiento del shoping me advierte sobre la prohibición de
sentarse allí. “Pasan coches
continuamente y otros se estacionan aquí”-me dice señalando el espacio, no sin
mostrarme el asombro que le provoco con mi aspecto un tanto raro para ese
ambiente de consumo y modernidad.
Sigo hasta el final del camino y me
zambullo en las aguas más limpias del río.
Fue la frescura del agua la que me
despertó y lavó el sudor de mi frente y de mi almohada mojada. Enseguida me
alegré porque deduje que el símbolo del anillo perdido me estaba indicando que
no debería casarme con esa chica tan singular de la que estoy enamorado. No lo
niego.
Decidido está: Mañana no acudiré a la
cita. No habrá boda.
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