sábado, 5 de noviembre de 2016

Petalos blancos



“Estos días azules, y este sol de la infancia…” (versos inéditos de Antonio Machado, hallados en el bolsillo de su gabán cuando murió en Colliure)
Dudo todavía si titular así o bien, “Cicatrices del recuerdo”.
Es la celebración del 50º aniversario de la escuela secundaria donde había estudiado. Allí estamos los ex alumnos, los docentes, los padres en el edificio escolar. Los de la promoción ’70 éramos ocho diecisieteañeras y eran ocho jóvenes imberbes, tímidos, desorientados y torpes en sus cuerpos atléticos, que pugnaban por competir con la madurez de las chicas, las que mirábamos hacia otros cursos, o seducíamos con nuestros encantos a los forasteros que acudían al baile del club social. Claro, era mejor visto enredarse con los de afuera, y si eran mayores, mucho mejor., Queríamos arremeter por la vida, danzando en el fino alambre de los equilibristas, bebiendo sorbo a sorbo el placer de la amistad, de los secretos compartidos, de a dos, de a tres, según se hubiesen afirmado las confidencias y las experiencias. Hoy, las canas y el rigor de tantos inviernos habían hecho estragos a la tierna doncellez.
Mientras vamos ingresando para iniciar el acto, una mujer de mediana edad, cuyos ojos no disimulan, sola y a contramano, desde unos pasos más allá, me observa, sin dejar de mirarme, con una mixtura de curiosidad y de asombro. Me detengo entonces, y nos reconocemos. -¡Oh!, sos la hermana de Gloria…-Qué bueno verte de nuevo –esos ojos grandes destilan frías lágrimas de tristeza. Nos confundimos en un estrecho abrazo. Ambas sabemos las razones.
-Les pedimos a los presentes, por favor, ubicarse para dar comienzo al acto –anuncia la maestra de ceremonia.
Sé que sólo yo veo entre la gente esa silueta volátil, casi etérea, que va acercándose envuelta en una túnica blanca. Los grandes ojos verdes me sonríen. La larga cabellera negra enmarca un rostro dulce de amplia boca risueña, como si el dolor ya no la atormentara.
-Ahora, para dar comienzo al acto, recibiremos a nuestra bandera de ceremonias.
La túnica blanca, frágil y silenciosa, como una rosa que nace con el rocío de la mañana, se ubica sin provocar trastorno alguno. Aunque, confieso, la presencia de Gloria me sobresalta y me trastorna un poco.
Mientras escuchamos los discursos, me río y escondo las carcajadas y los nervios, porque la ocasión no amerita reírse justo en esos momentos tan solemnes. Mabel, en ese preciso instante, contagiándose, no para de reírse, hasta las lágrimas, como solíamos hacer.
-¡Eh! Ustedes dos no cambian más – nos dice por lo bajo Julio, propinándome un oportuno codazo.
El intendente municipal se muestra contundente y sensible para disimular las formalidades del cargo. Él también es un ex alumno.
-Mi hermano, qué elegante, qué sobrio, qué seguro de sí mismo – me cuchichea al oído. Otro estremecimiento me conmueve y algún zumbido me apacigua. Las evocaciones continúan y me pierdo en transgresiones y picardías.
-¿Te acordás cuando…? –Un nuevo susurro que nadie escucha.
El representante del Ministerio de Educación descubre una placa recordatoria y la actual directora invita a los concurrentes a la cena aniversario en el club social y deportivo.
-¿Estamos todos? Sonrían para la foto grupal. Brindis, risas, bocaditos y flashes para atesorar recuerdos.
-¡Cómo le hubiera gustado a Gloria organizar este evento! –Jorge comenta. -La acompañé hasta los últimos momentos, pero no hubo caso – la voz de Abel se quiebra y sus ojos se nublan un poco.
-No me ven, pero yo estoy con ustedes… igual colaboré, sugerí, di ideas, propuse, sin que lo advirtieran –escucho su voz como un arrullo. –las voces se superponen y nos cuentan. Me separé. Pronto me jubilo. Tengo tres hijos. Soy abogada. A Raquel la largaron, pero su marido sigue desaparecido. Claudio es ingeniero en una multinacional, en Chicago. El Colorado trabaja en la esclusa 14 del Canal de Panamá. Otra pechuga quiero. El ex flaco devora sin prejuicios. Tuve que exiliarme a España. Se murió el de Contabilidad. La de Inglés vive en Santa Fe…
Los más jóvenes, transpiran y saltan en el centro de la pista con la música electrónica, como desaforadas en su propio ritual.  Nos llaman por micrófono hacia el living para otra foto.
No la ven, pero yo sé que entre Abel y yo está Gloria. Bailamos al ritmo de Bill Halley y sus cometas, con Charly, con Elvis, con los cuartetos. Gloria es el centro del grupo. La túnica blanca gira y baila sola y traslúcida, mientras hacemos el brindis final.
Una lluvia de pétalos blancos de mi cerezo, cae ahora sobre esta hoja recién escrita. No hay brisa, pero sí un cielo azul y un sol brillante. No tengo dudas, es Gloria que me saluda.

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