“Estos días azules, y
este sol de la infancia…” (versos inéditos de Antonio Machado, hallados en el bolsillo de su gabán
cuando murió en Colliure)
Dudo
todavía si titular así o bien, “Cicatrices del recuerdo”.
Es la celebración del 50º aniversario de la escuela
secundaria donde había estudiado. Allí estamos los ex alumnos, los docentes,
los padres en el edificio escolar. Los de la promoción ’70 éramos ocho
diecisieteañeras y eran ocho jóvenes imberbes, tímidos, desorientados y torpes
en sus cuerpos atléticos, que pugnaban por competir con la madurez de las
chicas, las que mirábamos hacia otros cursos, o seducíamos con nuestros
encantos a los forasteros que acudían al baile del club social. Claro, era
mejor visto enredarse con los de afuera, y si eran mayores, mucho mejor.,
Queríamos arremeter por la vida, danzando en el fino alambre de los
equilibristas, bebiendo sorbo a sorbo el placer de la amistad, de los secretos
compartidos, de a dos, de a tres, según se hubiesen afirmado las confidencias y
las experiencias. Hoy, las canas y el rigor de tantos inviernos habían hecho
estragos a la tierna doncellez.
Mientras vamos ingresando para iniciar el acto, una
mujer de mediana edad, cuyos ojos no disimulan, sola y a contramano, desde unos
pasos más allá, me observa, sin dejar de mirarme, con una mixtura de curiosidad
y de asombro. Me detengo entonces, y nos reconocemos. -¡Oh!, sos la hermana de
Gloria…-Qué bueno verte de nuevo –esos ojos grandes destilan frías lágrimas de tristeza.
Nos confundimos en un estrecho abrazo. Ambas sabemos las razones.
-Les pedimos a los presentes, por favor, ubicarse para
dar comienzo al acto –anuncia la maestra de ceremonia.
Sé que sólo yo veo entre la gente esa silueta volátil,
casi etérea, que va acercándose envuelta en una túnica blanca. Los grandes ojos
verdes me sonríen. La larga cabellera negra enmarca un rostro dulce de amplia
boca risueña, como si el dolor ya no la atormentara.
-Ahora, para dar comienzo al acto, recibiremos a
nuestra bandera de ceremonias.
La túnica blanca, frágil y silenciosa, como una rosa
que nace con el rocío de la mañana, se ubica sin provocar trastorno alguno.
Aunque, confieso, la presencia de Gloria me sobresalta y me trastorna un poco.
Mientras escuchamos los discursos, me río y escondo
las carcajadas y los nervios, porque la ocasión no amerita reírse justo en esos
momentos tan solemnes. Mabel, en ese preciso instante, contagiándose, no para
de reírse, hasta las lágrimas, como solíamos hacer.
-¡Eh! Ustedes dos no cambian más – nos dice por lo
bajo Julio, propinándome un oportuno codazo.
El intendente municipal se muestra contundente y
sensible para disimular las formalidades del cargo. Él también es un ex alumno.
-Mi hermano, qué
elegante, qué sobrio, qué seguro de sí mismo – me cuchichea al oído. Otro
estremecimiento me conmueve y algún zumbido me apacigua. Las evocaciones
continúan y me pierdo en transgresiones y picardías.
-¿Te acordás
cuando…? –Un nuevo susurro que nadie escucha.
El representante del Ministerio de Educación descubre
una placa recordatoria y la actual directora invita a los concurrentes a la
cena aniversario en el club social y deportivo.
-¿Estamos todos? Sonrían para la foto grupal. Brindis,
risas, bocaditos y flashes para atesorar recuerdos.
-¡Cómo le hubiera gustado a Gloria organizar este
evento! –Jorge comenta. -La acompañé hasta los últimos momentos, pero no hubo
caso – la voz de Abel se quiebra y sus ojos se nublan un poco.
-No me ven, pero
yo estoy con ustedes… igual colaboré, sugerí, di ideas, propuse, sin que lo
advirtieran –escucho su voz como un arrullo. –las voces se superponen y nos
cuentan. Me separé. Pronto me jubilo. Tengo tres hijos. Soy abogada. A Raquel
la largaron, pero su marido sigue desaparecido. Claudio es ingeniero en una
multinacional, en Chicago. El Colorado trabaja en la esclusa 14 del Canal de
Panamá. Otra pechuga quiero. El ex flaco devora sin prejuicios. Tuve que
exiliarme a España. Se murió el de Contabilidad. La de Inglés vive en Santa Fe…
Los más jóvenes, transpiran y saltan en el centro de
la pista con la música electrónica, como desaforadas en su propio ritual. Nos llaman por micrófono hacia el living para
otra foto.
No la ven, pero yo sé que entre Abel y yo está Gloria.
Bailamos al ritmo de Bill Halley y sus cometas, con Charly, con Elvis, con los
cuartetos. Gloria es el centro del grupo. La túnica blanca gira y baila sola y
traslúcida, mientras hacemos el brindis final.
Una lluvia de pétalos blancos de mi cerezo, cae ahora
sobre esta hoja recién escrita. No hay brisa, pero sí un cielo azul y un sol
brillante. No tengo dudas, es Gloria que me saluda.
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