miércoles, 30 de julio de 2014

El liberador de Zeus

Un pelícano, como imitando el andar de su amo, se pasea muy orondo por el último espigón del puerto de Hydra. Markos Vasilíades es el patriarca del puerto; controla desde su barba blanca y profusa, con ojo avisor de profundo azul, las maniobras de los trabajadores, que haraganean al sol; luce una remera a rayas, de marino viejo y un par de tiradores ajustados que sostienen su abdomen prominente y los pantalones raídos.
Está por llegar el ferry que nos ha de llevar hasta Poros y los gatos, dueños del lugar, y conocedores de los horarios, se aprestan en el muelle para el festín que habrán de darse con los desperdicios de la pesca. Son amigos del capitán, se nota en las cabriolas que dan para recibirlo.
Esta mañana no me despertó el canto del gallo; eran los rebuznos de los burros, que allá lejos, se disponían a iniciar la faena. Por la noche, los maullidos de los gatos en celo, corriendo por los tejados, interrumpieron mi sueño atribulado. Entre bostezos, suspiros y contorsiones de desperezamiento, palpé a mi lado el cuerpo yacente de Lifteris (el liberador de Zeus) en mi lecho.
-¡Arriba, que la jornada empieza! -le comuniqué sin más preámbulos. Había que desamodorrar la resaca de la noche anterior.
Promediando mi estadía por las Islas Cícladas, el griego de sonrisa franca y mirada noble, tras sus gruesos anteojos, se ofreció a recorrer conmigo esos encantadores sitios a los que no es posible llegar sin una embarcación pequeña. Acepté, porque me gusta navegar y remar. Seré una tripulante privilegiada, pensé.
Este escrito no es un folleto turístico, es una sucesión de sensaciones que una admiradora de la cuna de la civilización quiere transmitir a quienes aman Grecia, su historia, sus mitos, su cultura, su gastronomía y sobre todo, su prodigiosa naturaleza.
La claridad del amanecer auspiciaba una jornada imperdible; un burro transportaba nuestro equipaje hacia el ferry y ambos cargábamos el kayac y los remos. El mar estaba calmo y el sol comenzaba a caldear nuestras espaldas fuertes. Pude demostrar mis habilidades con los remos y, enfilando la proa hacia una pequeña isla solitaria, apenas un promontorio (creo que se llama Dakos), descansamos en la playa.
Por la costa en declive, los pies se hundían en la arena cernida y caliente, y después, en la arena granulosa y mojada. Moluscos, conchillas, azul plateado y herrumbre. Luz de oro sobre el mar, sobre la arena y sobre los guijarros.
Sumergirse en ese mar esmeralda (algunos dicen color moco; a mí me parece un tanto despectivo; es más poético decir esmeralda) o turquesa más allá, es una experiencia incomparable. Nadamos entre los peces de colores y vimos formaciones coralinas, o tal vez, la lava ardiente que se había enfriado de improviso en las aguas azules, cuando la civilización comenzaba.
Sombras vegetales flotaban silenciosamente en la paz de la mañana, como pulsando las cuerdas de un arpa, que funde sus acordes, blancos como las olas, rielando sobre la sombreante marea. Bajo el flujo-reflujo, algas convulsionadas se erguían lánguidas, cimbreando los brazos desganados y suspirando al vernos, a Lifteris y a mí, confundidos en un abrazo subacuático.
Había que reponer fuerzas. Preparé una ensalada griega con tomates (me contó mi amigo que fueron traídos desde Egipto por un monje católico), aceitunas negras, pepinos frescos de la región, quesa de cabra de sabor fresco, y aceite de oliva, por supuesto. Lifteris, mientras tanto, se entretenía asando pescadilla que había extraído con el medio mundo.Un buen vino griego, un vinsanto dulce y aromático, nos recompuso brindándonos la tranquilidad para el descanso.
Él me había hablado de los símbolos del Acrópolis, el significado de las reuniones en el "ágora", el pueblo que, como una argamasa, fundaba la democracia. Otras civilizaciones, como la egipcia, no levantaron templos, sino pirámides, un culto a un sistema verticalista y de sumisión. El verdadero ícono de la democracia es el Partenón, cuya puerta ha sido emulada en otras ciudades del mundo para ensalzar el orden, la justicia, la libertad y los derechos entre los hombres.
"Desde Pericles a Jefferson", dicen en Estados Unidos, el Lincoln Memorial y la Casa Blanca están ornados con columnas jónicas; la puerta de Triunfo en París, la Puerta de Brandeburgo, y hasta el edificio del Congreso de la Nación y sus cariátides, en Buenos Aires, representan el mito de la refundación.
Voy adormeciéndome mientras recreo en mi mente la imagen de los "evzones", los guardianes del Parlamento en Atenas, altos soldados de la infantería ligera del ejército griego. Me enoja recordar la imagen de los filósofos en los jardines griegos; si no me equivoco, creo que era el busto de Sócrates, donde habían pintado una svástica en un hombro, y en el pecho, el símbolo de la paz y del amor. Los graffities son expresiones de los pensadores modernos que denuncian un mundo convulsionado. Deberemos recuperar la cordura y retomar un "ágora" universal para resolverlo, en cada sitio, en cada país.
Es hora del regreso. El mar se ha picado. Mi compañero sigue relatándome historias. En el Acrópolis está el templete de la diose Atenea Nike, que es el símbolo de la victoria y  me cuenta que la empresa norteamericana NIKE, de artículos deportivos, le había pagado al dibujante de la marca, sólo U$A 35 por única vez, ni un dólar de más. Quiero responder, pero debo esforzarme con los remos, porque Poseidón se ha enfurecido ahora, y se empeña en hacernos estrellar contra los acantilados. Vamos mar adentro para poner proa al puerto de Paros, que ya se divisa; veo además, los molinos de viento, blancos y enfurecidos.
-¿Me acompañás a cambiar la fecha del vuelo de regreso? Quiero quedarme más tiempo aquí.
-Sí, todavía tenemos mucho por conocer y conversar -y su sonrisa hizo aparecer de nuevo el sol por el poniente.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.