viernes, 18 de julio de 2014

Buscadoras de esperanzas.

En la mesa va levándose la masa; mientras espero, un mate amargo como la hiel acompaña mi soledad. Reviso aquellas fotos opacas, amarillas, vibrantes, de ribetes blancos y desgastados por los años, las inclemencias y quién sabe qué más.
Son tiempos ancestrales; son los tientos de la historia los que atan esos rostros curtidos por el viento de Los Andes, y la eternidad, con los dolores más recónditos y los corazones más iracundos, diciendo que hay que resistir. Resistir, hasta vencer.
En primer plano, esas mujeres, todavía niñas, nos reclaman y nos siguen reclamando por el pasado, por el hoy  y por el porvenir. Estremece la desdicha de sus miradas, son como gritos de un moribundo que desgarran el aire. Una angustia perpetua que conmueve, hasta los tuétanos, coo si hubiera que curar una enfermedad desde las propias raíces profundas.
Esos semblantes son plegarias que suben, como la hiedra crece en el muro; rostros sombríos de mirada inquieta; florece una sonrisa ingenua aquí, una expresión de sorpresa, más allá. Los hay esculpidos a fuerza de paciencia, como las esculturas pétreas que la gota horada; los hay de piel tersa y cetrina, con frente altiva, que son pura tenacidad; algunos husmean un destino que no llega.
Otros tantos rostros son todo descreimiento; se han cansado de promesas incumplidas y muchos más, indefinidos, siempre atrás, casi anónimos, siguen buscando las marcas indelebles del abandono y la hipocresía. La libertad, que es su derecho, sigue escabulléndose, como una pompa de jabón que se desintegra y se escurre entre los dedos.

La masa del pan crece; la mazamorra continúa su lenta cocción; la infusión calma la sed y el hambre, y el fuego es la antorcha perenne, que mantiene viva la ilusión.

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