viernes, 17 de febrero de 2012

Jitanjáfora del hombre del jipijapa


La sala de recursos, por cierto, se hallaba bastante abandonada. Por reducción de personal, habían despedido a la asistente y a la bibliotecaria. Los libros dormían un sueño de telarañas en los estantes, y las revistas se mezclaban con la hemeroteca desordenada que alguna vez había sido fuente de consulta.
En turbado desconcierto se confundían las láminas del aparato digestivo con las de germinación del poroto, con las del sistema nervioso central, el cerebro y sus dos hemisferios, con todos los Parques Nacionales y con los esquemas del sistema urinario. Una gaviota embalsamada, cubierta de polvo, asomaba entre los rollos de la mapoteca, apoyada en la lámina del aparato reproductor femenino. En un armario vidriado se veía un  microscopio desolado, dos lupas, varios utensillos de vivisección, algunos frascos con drogas y alcohol, una lámina con el diseño perfecto de una hoja con gruesas nervaduras, y otra mostraba un cigoto fecundado; a su alrededor nadaban sin norte, incontables espermatozoides Cerrado por un candado oxidado.
En otra vitrina sin vidrios, una pipeta, un émbolo cachado, pesas diminutas, una probeta, vasos comunicantes incomunicados, y una pelota de básquet desinflada. Un pedestal abandonado servía para insertar un escobillón, junto a los plumeros en el rincón de los artículos de limpieza, y un mástil sin bandera. Un globo terráqueo descascarado dejaba ver algunos países que ya no existen, o que han cambiado de denominación.
-Es que la geografía nada sabe de convulsiones políticas, de estrategias de colonización, de luchas partidarias, o de explosiones demográficas. Hasta los ríos se transforman en lagos, o la ingeniería hidráulica les cambia el rumbo a sus cauces. Tampoco la historia se interesa por la cobertura de cargos para una educación apropiada a los nuevos contextos -las palabras de Paula hicieron eco en la sala grande.
Sobre una mesa de laboratorio, un esqueleto descansaba con la cabeza caída dentro de una bacha, junto a una balanza; un brazo descangallado colgaba exánime y el otro, se hallaba atado a un grifo de la mesada. Paula se enterneció y lo abrazó por la cintura. Una póstrer mirada al conjunto, y se lo llevó.
Lo instaló en el asiento del copiloto, le colocó un sombrero Panamá con una flor en la cintilla, le acomodó unos anteojos negros, y partió. Antes, le ajustó el cinturón de seguridad. En el primer semáforo se detuvo. Al frenar, el hombre de huesos rajados se inclinó abruptamente hacia adelante, hasta chocar con la guantera. Sombrero, anteojos y dientes amarillentos, todo, permaneció en su lugar. Los coches pasaban en sentido contrario, y por mirar con estupor al acompañante de la joven, se produjo un embotellamiento del tránsito y bocinazos insistentes, no lograron llamar la atención del hombre del jipijapa que, impertérrito, miraba hacia adelante. Antes de que la luz amarilla anticipe el paso, Paula compró un ramo de claveles al vendedor de la bocacalle. En ese momento, el hombre comenzó a menear la cabeza hacia un lado y hacia el otro, como negando, y después, con las flores en su falda afirmaba que sí, que gracias por las flores, que está bien ir hacia la otra escuela. Los chicos iban a observar con admiración todos sus huesos a la intemperie, porqu en la escuela al otro lado de la ciudad, ni siquiera había una sala de recursos de aprendizajes. SRA era una sigla que ya estaba quedando en el olvido, desde que el otro partido gobernante había anunciado su construcción en todas las escuelas, y además, gimnasios con las medidas reglamentarias. SRA y el esqueleto que acompañaba a la profesora de Biología, lo ponían en evidencia, casi como una denuncia. En su mano, el hombrecito aprisionaba una brújula pegada con cinta de embalar.

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