miércoles, 7 de marzo de 2018

Cuestión de fe

Muchas veces, la enigmática señora le pasó cerca, casi rozándolo. Es un hombre valiente que se ha arriesgado siempre, caminando al borde del abismo, siempre hacia adelante.
-Pasó por la ventana de la habitación donde me hallaba internado- me dijo. Era una sombra negra que iba y venía. Aunque cerraba los ojos, igual la seguía viendo. El miedo no es zonzo, dicen. Sin forma, me miraba desde sus cavidades vacías -aseguró.
De incógnito, misteriosamente, otra vez apareció. En esa ocasión, ataviada con una túnica negra, una capelina al tono, y una máscara. De la boca que no podía ver, exhalaba el humo de un cigarro con olor a incienso.
-No me hablaba y yo pensaba que antes tenía que vengarme de quien me había herido mortalmente. Cuestiones de la política y la ideología. Mi piel se estaba tornando amarilla, dicen que a causa del rencor. Ni los rezos, ni las tisanas logran limpiar el ama de los desalmados. Cavilaba y entonces soñé que me crecían garras de ave de rapiña, que me abalanzaba sobre él y le arrancaba los ojos. No encontraba reposo. Luego, desperté de ese sueño estupendo y vívido. La venganza estaba concretada.
Pero supe, en ese instante, que había comenzado a morir. Oí el crujido de cristal de mi corazón roto; a la par percibí un olor dulzón, como el que despiden las flores resecas que van pudriéndose en los cementerios. Hasta imaginé el momento en que la casquivana de negro me llevaba hasta el borde de la laguna y me ayudaba a subir a la barca de Caronte para ir al infierno. Pero era sólo imaginación.
La pasada noche apareció otra vez. La vio llegar cuando estaba tirado en una zanja. Resulta que en la fiesta hubo una reyerta. Su rival le birló la mujer y lo golpeó con furia. Se limpió el sudor y la sangre. Se dijo que esa aparición ya no le daba miedo, ya eran viejos conocidos. Entonces, se paró y aún mareado y borracho, le tendió la mano. Ahora era él quien la invitaba. El baile había terminado y la mujer misteriosa trocó el negro por colores vibrantes. Llevaba una careta de carnaval. Todo fue muy fácil.
Así, ella contoneó sus caderas poderosas: él se estremeció y a la vez sacudió sus hombros. La salsa era cada vez más picante y mientras la seducía, gritaba: "Como los gatos, tengo siete vidas, y acá estoy, vivito y coleando".

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