miércoles, 7 de marzo de 2018

La viuda negra

Vive en los rincones, al acecho para cazar toda clase de insectos. Es negra, chiquita y peluda. A veces, cuando se para en cuatro patas, se le ve un tatuaje en la panza, con forma de reloj de arena. Abre su boca cazadora y ¡Glup!
Si  la molestamos, muerde y destila su veneno mortal. Yo no le tengo miedo, porque me parece que ya somos amigas, cuando fija su mirada dura. Me reconoce. Hace un tiempo fui a llevarle su almuerzo: de entrada, dos tijeretas; plato principal, cucarachitas-bebé, y de postre, una abeja chupa miel.
Pero no hice bien las cosas. Como es muy glotona, comió demasiado y se empachó. Ahora tengo que "tirarle el cuerito"para curarla, pero a eso sí que no me animo. Está muy ofuscada y puede morderme. Desde que quedó viuda se ha puesto un tanto agria. Refunfuña y se esconde en su rincón favorito. Su esposo se había ido de tapas con los amigos, dando arañazos. Otros dicen: "No estaba muerto. Estaba de parranda".
Y hablando de esas cuestiones, en el barrio porteño de "Abasto", las prostitutas hacen caer en sus brazos a los esposos infieles. Les dicen "viudas negras", los despojan de todo objeto de valor y dinero y los mandan en calzoncillos a la calle. Las comadronas y las vecinas dicen: "Miren, ahí va un adúltero". 

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