Era un Robocop que intimida, pero sin ser vengativo. Como si fuera un
dinosaurio pigmeo, que extiende sus extremidades, insufla aire a su pecho, deja
ver las membranas del alma, y hace un gesto de triunfo, sin violencia. Sólo con
la persuasión de la palabra.
-Una biblioteca tiene como función primordial, ser agente de difusión de la
información y de la cultura, un lugar de encuentro con la memoria de los
pueblos y un lugar para la formación del juicio crítico de los ciudadanos, con
respeto a la diversidad de opiniones. – Así habló la bibliotecaria.
Pensaba en la serie de expresiones que fui desgranando frente al terapeuta.
¿Por qué me había salido así, como viniendo del interior de mi corazón?
-El arte efímero colorea con acrílico en las aguas que fluyen.
-Los engranajes tienen la precisión de los relojes.
-La caricia suave del lomo de mi gata.
-La candidez de las calandrias.
-La lisura del canto rodado.
-El lavado rostro de la mañana.
-La dulzura meliflua del pez que se escapa entre los dedos.
-El escarpado sendero que asciende hasta los acantilados.
-La poética de los graffitis en los paredones urbanos.
-El estupor de los murciélagos.
-Mmm…-dijo el profesional. -En la próxima sesión trataré de interpretarla
para continuar.
Salí airosa. Recordé en ese preciso momento, el cuadro que había pintado
con papá, “Acuarela Mecánica”, de colores vibrantes, y en los dichos de la
bibliotecaria. Me sentía un Robocop, que
todavía no han asesinado. Mis escritos siguen fluyendo.
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