domingo, 24 de diciembre de 2017

Una nada blanca

Quiso alejarse de la despersonalizada multitud, del colorido de fantasía, del fárrago cotidiano, de los alaridos desquiciados, del rumor citadino, de correr y apresurarse por arribar a metas de cartón pintado.
Había intentado navegar desde los pequeños estanques de la poesía, pasando por los charcos de los cuentos, hasta había escudriñado en los mares de la fotografía. Ella siempre fue amiga del silencio y necesitaba percibir una intensa quietud en el exterior y en el paisaje de su alma.
Replegarse en sí misma, acallar los ruidos que la perturbaban, hasta encontrar ese vacío emocional que opacara imágenes del pasado, que borroneara el futuro hasta convertirlo en una en una nada blanca y que el presente la suspendiera en una tierra de nadie.
Entonces se decidió. Con la única compañía de su mejor amiga, trepó la montaña y allí sí percibió un cielo de escarcha, un suelo níveo que amortiguara su deslizar y un silencio inconmensurable.
Hacia la cima, prodigio de hielo, milenarios susurros que se colaban entre las grietas misteriosas, placas quejumbrosas, alquimia de siglos y el silencio, el monumental silencio.
Cuando el sol bostezaba queriendo irse a dormir, sólo un punto negro en el firmamento se agrandaba cada vez más. Y lo descubrieron: un cóndor solitario acompañaba su soledad y desplegaba sus alas como acariciándolas. Un aire de libertad las abrazó y entonces, el sonido de las quenas, gloria celestial, ocupó todo el espacio. 
El regreso fue una cadenciosa danza en armonía, un regreso al tiempo real, con una energía renovada que fuera recibida desde las entrañas mismas de la tierra.

1 comentario:

  1. Muy lindo!!! Para los que conocimos la montaña... eso es así... gracias por toda tu producción literaria q siempre sigo porque me sorprende gratamente. Espero más...

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