domingo, 18 de junio de 2017

Hologramas

Hace unos años ya, la empresa había determinado que los empleados hiciéramos una siesta durante el entreturno en los nichos dispuestos para tal fin en las afueras de la ciudad. Nos trasladaban por el aire encima de la ciudad opaca sobrevolando los altos edificios en los transbordadores rápidos por escasos minutos. 
Lo cierto fue que disponía de una hora y media para dormir o para soñar, pero ese día retomé en mi mente lo que había leído en el libro que mi abuelo tenía en el habitáculo de los desechos; lo había rescatado de la mano de los fumigadores y los recolectores de trastos viejos. El libro era un objeto curioso. Lo que leí me desconcertó y quise vivir las experiencias que contaba, muy comunes por aquellos años, sobre las relaciones humanas.
No volví al trabajo esa tarde. Por el contrario, pedí las coordenadas espacio-temporales de Amneris, le dí las mías y fui a su encuentro. Por las calles los especímenes caminaban cabizbajos y escuálidos sobre las piernas demasiado delgadas; jibas prominentes, cabezas gachas, estiramiento forzado de las cervicales, papadas arrugadas, ojos miopes y pulgares desarrollados más que las falanges flacas y desganadas. Pensé que no huelen, no observan, no sienten lo que me gustaría sentir en la piel, en las manos, en los oídos, en los ojos. Sobre todo, esos individuos se pierden ese contacto tan humano de una mirada que lo dice todo, de auténticas sonrisas, de un abrazo bien apretado. Hasta no llegan a saborear la gloria de un plato de comida en la mesa familiar, ni pueden degustar un buen vino en compañía. Eso contaba el abuelo en el libro.
Hoy preferimos una píldora o un cóctel de diseño que aporte las vitaminas y minerales suficientes, porque estamos muy atareados; el tiempo no alcanza y corremos tras quién sabe qué cosa. ¿Seremos unos desconocidos entre la muchedumbre, navegando por el espacio frío y sideral? ¿Seres ajenos a los sonidos? ¿Ausentes del paisaje, que no dejan huellas?
Desde arriba la ciudad se veía gris de opaca monotoní, donde un sol remolón no se decidía a brillar. Miewntras viajaba hacia Amneris reflexionaba. Ya no hay seres humanos del otro lado. Hacemos el amor a través de la pantalla. Quisiera salir de esta poza de penas, de este charco de nostalgia, beber el agua de la dicha, abanicarme con el aire danzarín, aventar las llamas del deseo, ser chispa de la vida y que el amor tan vehementemente azul  no se escape,otra vez, como el agua entre los dedos.
La casa de Amneris estaba herméticamente cerrada, llamé con la ansiedad de mirarla en lo profundo de sus ojos y adivinar su alma. Abrió la puerta metálica y fría, pero el resplandor la encandiló. Vio a un holograma en su puertra y se retiró temerosa, dejándome afuera. Hubiera querido susurrarle al oído una dulce canción, oler la fragancia de su cuerpo, palpar sus mejillas pálidas, estrechar su cintura  breve, pero me quedé con la soledad en mis manos vacías. 
Entonces, saqué del bolsillo de mi traje cuasi metálico, la carta que había escrito y la deposité en el umbral. También dejé una semilla colorada que simboliza el amor y la vida, un nudo de coihue, que representa la enfermedad y la muerte, y una geoda, que es la eternidad. Me alejé pensando que, siendo yo también un holograma, al menos, le dejé todo el universo condensado, antes de que mi amor se disperse por el cyber-espacio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.