domingo, 19 de marzo de 2017

Escarceos

 Menuda tarea la del poeta, cuando cuenta con las emociones al ras de la epidermis, como los pelitos que se levantan con un roce a contrapelo, o cuando muestra las heridas que la sal del mar irrita. Tiene a los personajes, pero no tiene la trama, debe darle carnadura al relato. Por ahora, son sólo divagaciones que quedan plasmadas en el título. 
Dícese de los movimientos en la superficie del mar, pequeñas olas que se mecen hacia uno y otro lado por las corrientes subterráneas. También se dice de las cabezadas de los caballos,  hacia arriba y hacia abajo, o los giros que dan resoplando, cuando están fogosos. Poco a poco, iremos adentrándonos en la historia. Por ahora, son sólo cuatro sílabas: es - car -ce- os, que se mueven sobre una barca que boga en un lago tranquilo, pero que se agitan desde las profundidades.
Con cuatro frescas le han dicho imprudente, indiscreta y entrometida, además de impaciente. Pero ella no se ha quedado impertérrita, ni imperturbable, porque no es una placa de mármol fría y rústica, lista para ser moldeada a gusto del artista; al contrario, es impulsiva y cerril, que salvajemente se puede acompasar a un cuerpo que le prodigue cálidas miradas, palabras tiernas y dulces caricias. Porque, tampoco es intangible, pero es impetuosa, implacable, a veces, cuando se enoja, y es hasta impúdica. 
Y qué decir de la cacofonía de tantos prefijos que indican negaciones, aunque recuerdo que la negación de la negación, al final es una afirmación. Y sí, después de todo, las cuatro frescas no serán la última palabra. Es auspicioso un próximo encuentro. Ella espera a puro impulso, cómo el otro, el de las cuatro frescas, suavice su temperamento salvaje con un guiño, con tres diminutivos cariñosos y cuatro toques suaves, y la amanse. A la vez, mientras tanto, ella, la imprudente, irá buscando la manera de que él se enamore. Quitará la capa de óxido de su pecho, diluirá con su labios la acidez de sus ironías, rascará la costra dura de sus emociones, y así, capa tras capa, irá buscando su ternura, entrará en su silencio, y adivinará sus deseos, esos que sabe, son atrevidos, pero que él no se anima a manifestar.
Un susurro de colibrí detrás de la oreja.
Una música de terciopelo en los cabellos.
Un escozor de lágrimas que se han secado en los párpados.
Un aleteo de mariposas en el vientre.
Un coscorrón de narciso recién robado de un jardín.
Un guiño y una sonrisa sellados en el pacto de guardar secretos en el alhajero de cristal.
Un rubor de amapola en los besos de la brisa.
La barca se ha agitado en la superficie de las aguas, una escaramuza, un temblor inusitado y brusco al encontrar el lado oscuro de la luna y ahora, nuevamente, boga en calma, mientras la luna muestra su lado más brillante sobre el lago quieto. 

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