lunes, 14 de diciembre de 2015

Como un homenaje

Ya es la hora aproximada. Me encamino, o mejor dícho, me arrastro entre las piedras de la costa de Erice, justo frente a la roca plana. A este exacto lugar viene a diario, o día por medio, el Comisario Montalbano. Es una rutina la caminata desde la trattoria de Enzo a la costa, por varios motivos. Hacer la digestión luego de los pantagruélicos almuerzos, fumar en paz un momento; reflexionar sobre la última discusión con Livia, la novia eterna que vive lejos y diseñar una estrategia para la resolución de un caso policíaco. 
Salvo es mi amigo, pero él no sabe mi sexo, pues, les confirmo que soy una vieja cangreja (valga la cacofonía), que de tanto acompañarlo, he aprendido a conocer sus secretos, sus dudas y contradicciones, sus inquietudes, sus sueños. Tal vez tengamos los mismos años y compartimos experiencias; hasta llegué a entenderlo. A nuestra edad es posible que el Comisario se sienta agobiado por el trabajo; se le acumulen incertezas y, tal vez, esté arrepentido por seguir esquivándole al casamiento y a brindarle a Livia la posibilidad de ser madre. ¿Por qué todavía le atraen mujeres jovencísimas o señoras que saben seducir a hombres maduros?
Parece que ya está llegando. Es habitual que durante el reencuentro, luego de apagar su cigarrillo, él me arroje una piedrecita para llamarme y yo la ataje con mis pinzas, o se la devuelva sin más. En cada intercambio me cuenta sus preocupaciones. Cuando el guijarro regresa a él, casi siempre una luz se enciende en su cabeza para pergeñar su plan. 
-Es probable que ya Fazio, mi correctísimo Fazio, responsable y tan profesional, haya averiguado los datos filiatorios y las costumbres del involucrado.  -Tira un pedrusco y no logro alcanzarlo. 
-Se me ocurre que Mimí Auguello, el subcomisario, es la persona ideal para cumplir con la otra tarea. Seducir a esa mujer para conseguir más datos. -Le devuelvo el tiro, y así le transmito otra idea.
-¡Buena idea! Cubriré a mi amigo para que Beba no se entere de la infidelidad y de esa manera, tiraremos de los hilos para desenmarañar la trama. -Otra piedrita cae a mi lado. -Dime, cangrejo, ¿Qué le está pasando a LIvia que está tan agresiva, últimamente? Parece que intuye que me estoy enamorando de otra mujer...
-Cuando al teléfono no eres capaz de reconocer la voz de tu mujer... algo pasa. -Le digo atajando otro boleo.
-Tenés razón, cangrejo viejo. Pero esa tal Carina me tiene embobado. "Te conozco bien, Salvo. Estabas esperando el llamado de otra mujer" (me dijo Livia y cortó en seco) Ni el nadar en la temprana mañana, cuando el sol despunta, ha logrado refrescar mi cuerpo y mis pensamientos.
-Si ahora te han sacado del caso y quedó en manos de la brigada antiterrorista, debes tomar un vuelo a Milano urgente, y reconciliarte. Le hará muy bien que la sorprendas.
-No puedo. Estoy haciendo una investigación en paralelo, sin que el Jefe Superior se dé por enterado.
-¿Cómo se llama el sospechoso?
-Creo que es Di Marta, aunque Cattarella, mi fiel asistente, se confunda. "Dottori: ha "tilifoniado" ese señor Di María, o Di Maddalena, o Di Marta... y ya lo está esperando en mismísima persona, in situ..." -el telefonino sonó para concluir la conversación y el match.
-¡Chau cangrejo! Gracias por la charla -me dijo arrojando la última piedrecita.
Me quedé pensando, mientras caminaba de costado para sumergirme, que a Montalbano le pesan los años y las trifulcas cada vez más frecuentes con Livia. Es un tipo sincero, un solitario con alta autoestima, porque confía en sus intuiciones. También pensé que ya estoy vieja para estos trotes de ping-pong. Ya es hora de recluirme a "los cuarteles de invierno". Dejaré esta tarea a mi hijo, el cangrejo mayor, porque van a entenderse muy bien y podrá aconsejarlo convenientemente, porque Salvo respeta a los mayores y lo seguirá haciendo.
Me cansé de seguir las sagas de las novelas de Andrea Camilleri por Porto Empédocle, por las callejuelas de Nosto, donde tantas veces se filmaron las escenas. Disfruté degustando los "arancini" de Montelusa, como si en esa comunión me identificara con la gula del actor, Luca Zingaretti... devorando con fruición el antipasto, las sardinelas o la pasta "ncasciata".
Ya aprendí la lógica de las novelas del autor. Ya disfruté al actor recibiendo el premio "Nastro d'argento" en el teatro griego de Taormina. Por el momento, me dedicaré a escribir una novela policial, pero esta vez, no situada en Sicilia, sino en mi país, Argentina, donde los conflictos de la mafia se han instalado tan fuertemente, como los lazos de los inmigrantes italianos aquí. Se avecinas "buenos vientos, vientos de cambio"
Me despido de Uds., lectores.

                                                           La Cangreja Vieja (valga la cacofonía)

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