miércoles, 22 de abril de 2015

Tango-ajedrez

Los pies tienen memoria de un ritmo casi olvidado. Acepto el convite porque sé que podré llevarlas a todas, con galanura y maestría. Me coloco el sombrero requintado y en un guiño, abrazo a la primera para iniciar una historia completa, incluso con notas a pie de página. Viene otra milonguita de falda negra y tajo profundo y me saca el sombrero para ofrecerme otro y no sé a cuál elegir.
Brazos verdes como pájaros. Desdos de seda y alas que recuperan el vuelo, me dejan su polen flotante en un perfume que subyuga. Hay mariposas de luz y luciérnagas sensuales. Hay pétalos de coral y nácar, danza de contoneos y susurros de faldas y caderas portentosas, cinturas como juncos que se quiebran, se yerguen, se contraen. Hay balanceo de pechos como frutos maduros, seducción en la fragilidad de los gestos, párpados que caen como murciélagos y apagan unos ojos como centellas, que ríen, que provocan...
Las baldosas en blanco y negro se dibujan y se desdibujan en cada vaivén y los sonidos de mi cuerpo las abrazan a todas como la sombra de un árbol protector y luego me dejo llevar por anémonas y algas voluptuosas en un mar ignoto y canto de sirenas.

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