jueves, 26 de junio de 2014

La hora rosa

Hay días en que vemos un mismo paisaje con la ceguera, o la torpeza que da la tonalidad de lo oscuro, de lo ignoto y de lo que atemoriza, y no nos permitimos, entonces, penetrar en ese bosque, en ese jardín, y menos aún, en esa casa, aunque la curiosidad nos invada para develar el misterio. Es como cuando los niños perdidos en el bosque encontraron la casita de chocolate. Ustedes conocen esa historia.
Con el paso de las horas, se azula el horizonte y hay olor a azufre y a trementina en el aire del anochecer. Pesadillas y noches de insomnio, de ésas que nos atormentan con crueldad y se reiteran.
Otros días, otros instantes pueden ser captados cuando nuestro humor ha cambiado. La llamo la hora rosa, cuando pasada la tarde, el sol empieza a declinar. Entonces vemos un bosque de profusa arboleda con todos los matices de verdes y marrones. La casita solitaria reluce en un claro. Las paredes son muros rosas, franjas naranjas y sombras violáceas de delicadas líneas. Las aberturas, de un tenue oro viejo. Todo nos invita a ingresar. Un jardín de lilas rosas se ha cubierto de una música celestial, anticipando el tiempo de reposo, de ensueños y de fantasías. En ese instante penetramos abriendo de par en par las puertas de la magia y de la imaginación.
Es el instante en que las cuerdas de la brisa son un concierto de arpas y guitarras; los sonidos de un violín son la música de un arroyo cantarín que no vemos, pero intuimos. La miel de esas flores todavía atrae a un sinnúmero de colibríes y abejorros, y la casita es ya, una arquitectura de chocolate, de turrón y de azúcar.
Siento el sabor dulce en mis papilas y me dispongo a descubrir un sueño premonitorio en un panorama de aguas traslúcidas y calmas, que apenas se mecen con el roce sutil de alas danzarinas. Hora rosa de gorjeos almibarados y un pentagrama en clave de sol.

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