lunes, 19 de septiembre de 2022

DE MEZQUITAS, GALLOS Y MINARETES

 

 

Si en nuestra región nos despierta el quiriqueo de los gallos, en Turquía a las 5.20 de la mañana nos sobresalta la invitación a orar en las mezquitas. Un rezo lastimoso se oye desde los parlantes de los minaretes que apuntan hacia los cuatro puntos cardinales.

Como un quejío al-andaluz, se asemeja a un dolor profundo. ¿Qué pena será? ¿O es un agradecimiento a Dios por la vida? Cinco veces al día se reiteran los llamados. En el interín el gulu gulu gulu de los pavos, es como si dijeran Gülé Gülé, el saludo de despedída de los turcos.

Circulan las mujeres tapadas con sus atuendos negros para rezar; otros portan sus alfombras para orar donde los sorprenda el llamado, en plazas, parques o jardines. Ameritan las ofrendas.

La mezquita de Suleimán, el Magnífico se construyó entre 1551 y 1557 y contiene un edificio funerario con siete tumbas para gobernadores y funcionarios. A su lado, el sultán hizo construir el baño turco dedicado a su amante favorita, Roxelana, una de las tantas que tuvo en su harém durante la dominación otomana.

Un hamman  limpia el cuerpo, la mente y el espíritu, y ¡lo necesito tanto! Voy hacia el Palacio de Topkapi, donde actualmente viven las herederas de las amantes, quienes no sólo tienen trabajo como prostitutas, sino como cocineras, tejedoras, o artesanas. Se dice que vivián las concubinas del harem, sirvientas, esclavas y los eunucos . Un sultanato de mujeres , aunque el harem fue el último símbolo de poder del sultán.

¿Antecedente del feminismo? El poder mayor lo tenían las valide sultán, quienes habían dado a luz a sus hijos; incluso influyeron en las conquistas imperiales. ¿Matriarcado? Una rara mezcla de tradiciones donde conviven judíos, moros y cristianos, que adoran a un mismo dios.

Desde tiempos inmemoriales las mujeres han deseado escapar de la prisión, como la historia de Aziyadé, concubina de un harem, que, enamorada de un joven oficial francés se aventuró a una historia de adulterio.

Los ojos verdes de la muchacha desde los barrotes del harem terminaron cautivándolo, cuando se adentró en los barrios musulmanes de la rada de Salónica. Por brevísimo tiempo, pudo tocar sus brazos a través de los barrotes y besar sus blancas manos, orladas de sortijas de Oriente. Con la ayuda de un barquero y de tres viejas judías, vestido a la turca, túnica dorada, cinturón con tres puñales damasquinados de oro y coral y fez rojo, se produjo el embrujo. Escapaba ella de la presencia del marido y de los hierros de las ventanas, hacia el cementerio de ruinas y tumbas de mármol y las noches de amor eran un canto de libertad.

Son muchas las Aziyadé que buscan emanciparse de cualquier manera. Aún deambulan por los garitos de los judíos en Turquía, que beben raki, hasta embriagarse.

Hoy, las mujeres jóvenes reniegan de las tradiciones, ya no rezan, se occidentalizaron. No usan la vestimenta exigida, sino fez y kaftan muy caros, a cara descubierta, luciendo sus bellos ojos seductores en las fiestas de las noches turcas, bajo la mirada autoritaria de los esposos.

Miro al cielo y agradezco la libertad que hoy tengo.

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