domingo, 12 de agosto de 2012

Llorando se fue.

Ese ámbito era muy diferente al que había visto una vez en un ignoto pueblo petrolero. Un amigo me había llevado a conocer el cabaret más importante y a ver el espectáculo central que presentaba una brasilera. En esa ocasión, ella nos invitó a subir al escenario y bailamos con ella una lambada: "Chorando si foi". Fue una payasada que el público aplaudió.
Con la mirada recorrí palmo a palmo ese antro pernicioso, en subsuelo de un bar. Algunos parecían personajes carnavalescos, otros eran patéticos en su disfraz anacrónico de amaleo pendenciero o arrabalares de bajos fondos; allá, de lejos se reconocía a un travesti escandaloso, que reía a carcajadas estruendosas entre un grupo de mujerzuelas.
A mi lado, en la barra, una meretriz bebía de su copa. Yo sábía que tomaba té frío "on the rocks" en un vaso de whisky. Al otro lado, Aeturo ya había tomado varias ginebras y comenzaba a entristecerse. La mujer me tomó de las manos y empezó a contarme su letanía, un repertorio bien estudiado, supuse.
Había accedido a concurrir a ese lugar, porque él me había convencido; allí podría descubrir escenas y personajes que me serviría para mis relatos. Me auto-engañé. Hasta había llevado mi libreta de apuntes. No fue necesario usarla, porque todo era por demás elocuente. Yo sabía que mi amigo buscaba una excusa, como siempre, para emborracharse y no sentir tanta culpa al día siguiente, si podía acordarse de algún detalle.
-Sabés, niña... -El aspecto era de compungido melodrama -ahora estoy vieja, pero yo no quería entrar en este ambiente. Me obligaron cuando teía nada más que catorce años.
-¿Quién? -requerí para animarla a continuar, aunque sabía de antemano que el cuento iba a ser similar a tantos que ya había escuchado. "Yo no quería hacer esta vida", "Ahora ya no puedo recomponerme, no sé hacer nada..."
-Allá en el monte formoseño, donde nací, apareció un señor bien trajeado, se notba que era de la ciudad, y todo engominado, que terminó sacándome del rancho.
-¿Un cafisho?
-Dijo que como era blanca, serviría.
-¡Ah1 Trata de blancas -Arturo quiso decir algo, pero su lengua pastosa sólo dejaba salir sonidos guturales incomprensibles. Por su sonrisa maliciosa, algo pudo entender.
-¡Claro! Era la más blanca de todos mis hermanos, y mi mamá decía: "Ésta me salió blanquita... no vayas al sol, que te vas a quemar" -La mujer se hacía llamar Daisy. Ése era su nombre de batalla, porque siempre iba a la guerra, pensé. Con los ojos maquillados con abuso y premeditación, hacía fuerzas para sostener las pestañas postizas y para no dejar caer ni una lágrima. También sabía que ellas nunca lloran, salvo cuando están borrachas. Y Daisy no estaba bebiendo whisky. La madama gorda, desde su mostrador, como un púlpito, miraba con desconfianza. Se me ocurrió que podría llamarse Madame Roxette.
-¿Cómo te llamás? -la interrumpí.
-Mi verdadero nombre es Enriqueta Benítez -Su rostro era pálido. No sé si por el maquillaje que no alcanzaba a cubrir las manchas que dan los años, o por la luz mortecina, o por esa vida activa de quehaceres nocturnos. Sus ojos achinados, renegridos, los pómulos altos y la boca de labrios gruesos, remarcados con carmín, me hicieron acordar a las imágenes de las indias que una artista de la fotografía había editado para un calendario. Creo que era Gaby Epstein.
-...el tipo ése dejó sobre la mesa unos billetes roñosos y me arrastró de las mechas. Ni siquiera pude mirar por última vez a mi vieja, que lloraba a moco tendido, y chillaba. -¡Servime uno de verdad, Moncho! -le ordenó al barman -y otro para la señorita. 
-No, sólo una gaseosa, por favor -pedí.
-¡Qué linda que sos, guacha! ¡Y qué fuerte que está tu novio, miralo! -Lo miré y pude sospechar lascivia en su mirada, cuando se levantó tambaleando hacia el toilette.
-Bueno -continuó bebiendo a sorbos pequeños -No es momento para malos recuerdos. ¡Hay que despabilarse, nena!
-Te escucho atentamente. A vos te sirve para desahogarte -aunque sabía que todo eso iba a traer cola. Una mala espina se me había atragantado en la garganta. Unos políticos y sindicalistas, reconocidos en la ciudad, me observaban y se reían. Estaban apostando, tal vez.
-Y no, piba. Esos pensamientos, esos recuerdos me llenan de zozobra y me martirizan. Mejor vamos a divertirnos un poco. Estiró una mano enjoyada de baratijas, me rozó una mejilla y fue deslizándola despacio hasta el hombro que tenía descubierto. Una mezcla de asombro y repugnancia me erizó la piel. Más bien sentía que una caparazón de cocodrilo me crecía por todo el cuerpo, hasta trastornarme.
-¿Qué está pasando acá? ¿Y a vos, qué bicho te picó? -Arturo estaba envalentonándose. Ya conocía esas señales -Tengo una idea, chiruzas, vámonos los tres a una catrera grande que hay por allá.
-¡Ah! ¿Una mènages à trois"? -Entre la exclamación y la pregunta, Daisy se alisó el vestido malva de lamé, que se le había enrollado en la cintura gruesa, y se preparó para la acción.
Entonces, pegué un salto del taburete, le dí un empujón a Arturo, ¡Qué mierda te pasa!, me gritó y salí corriendo escaleras arriba para tomar el aire fresco de la noche. Me subí al primer taxi de la parada de la esquina y partí. En el fondo de mi cartera tanteé la libreta de apuntes y mi billetera. Unas lágrimas turbias pretendían limpiar las imágenes de ese tugurio sórdido. Recordé la letra de la lambada.
En la otra cuadra, dos grupos de muchachos se peleaban a patadas y con cadenas. Eso era más que una gresca. Di vuelta la cara para no ver más. Por esa noche, había suficiente material de escritura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.