viernes, 11 de julio de 2014

Kalimara

Con el paso de los días supe que él necesitaba esa paz para curar el dolor por esa pérdida. La pérdida imprevista de Analía y de su amor, tan apasionado, tan sincero, tan delicioso.
Al momento, él está tumbado desnudo sobre la arena blanquísima y obserba un cielo azul intenso, donde no se vislumbra ni una pizca de nubes. Es el ciel de las islas del Mar Jónico; tan lejos se encuentra de esas horribles historias pasadas. Lejos en el tiempo, distantes del lugar donde acaecieron los hechos.
Las aves acuáticas sobrevuelan la bahía graznando al avistar los peces y sólo se oye el lánguido eco de un sinnúmero de piedrecillas meciéndose con las olas. En esa quietud él puede rememorar los sucesos que lo habían devastado.
La discusión acalorada, un portazo seco, el ruido del motor del coche derrapando en la salida y... Vienen imágenes de la pesadilla que días antes él había sufrido, aunque el protagonista fuera él. Ve sus ojos inflamados (¿de soberbia?), cruzados por un delta de riachos rojos de sangre; se palpa los párpados y no ve (¿es la ceguera para comprender?).
Otro fogonazo le hace relacionar la discusión con Analía. Tal vez estaba enceguecido de rabia y de altanería; no supo ver los argumentos, no supo escuchar las razones, no quiso perdonar. En el sueño sí pudo tocar el volante que giraba en falso, y accionar los frenos que no respondieron.
-Ha volado, literalmente, en la curva y cayó aquí en el barranco -le dijeron. El barranco de las geodas, de la eternidad y de la muerte, pensó. Imaginó el estupor de las vacas que, pastando en simple armonía, vieron la explosión.
En su pesadilla, tal vez, una premonición, él cae al vacío y se incendia. Se despierta bañado en transpiración, agradeciendo a la vida, porque sólo se trataba de un mal sueño, aunque todavía sigan vivas las imágenes del coche calcinado y el cuerpo de ella, que no ha sobrevivido.
Ahora sólo siente una soledad profunda, indescriptible. El sitio donde se encuentra ha perdido definitivamente los colores; sentado en una roca plana mira el mar, allá abajo. 
Como para refrescar su cuerpo de tanta quemazón, de tanto dolor, ve que en la playa no hay un alma siquiera, y, desnudo, se interna en las aguas transparentes. Cuanto más camina,  las piedras se ven claramente. Luego, un submundo de colores le devuelve, apenas, una tibia alegría. Peces, algas, corales y piedras, brillan al sol que atraviesa las aguas de un mar esmeralda, en la orilla, turquesa, más allá de las rocas, y azul profundo en la lejanía.
Sumergirse así le hace sentir una sensación extraña. Él quería rescatar la historia personal, paso a paso, y los mitos, así como se buscan los restos de un naufragio. No ve a Poseidón, ni a Hefestos, el dios del fuego y del metal. Metales retorcidos por el fuego y la destrucción. no ve eso en las tranquilas aguas donde nada con lentitud. ¿Destrucción del amor? ¿Había sido él el causante?
De regreso, a medida que asciende, el sol del mediodía y el calor aumentan. En la cima, el sendero es polvoriento y reseco. Cuando sopla una suave ráfaga, como un suspiro del cielo, un polvo blanco se esparce y danza por el aire. Cada tanto, se cruza con algún aldeano que va guiando un burro
-¡Kalimara! -lo saludan en voz alta y él devuelve el mismo saludo, porque supone que sería un saludo de bienvenida, de buen día, de salud. ¡Tanto de ello estaba necesitando!
Los árboles que cubren el monte son achaparrados con formas retorcidas, casi caprichosas. Un croar de ranas se alza por la laguna cercana. Cabras y ovejas deambulan, ramoneando, por las laderas rocosas.
El azul del cielo va, minuto a minuto, ganando profundidad; una gran luna esférica asciende sobre el mar y una multitud de estrellas perforan el cielo. El viento ascendente mece con suavidad los matorrales.
Siente el tiempo deslizarse en silencio, cuando la noche avanza. Continúa esa rara sensación que se enseñorea en la quietud. Es un lugar demasiado tranquilo para estar solo, piensa, mientras da cuenta del último trago de su botella de ouzo.
g

viernes, 4 de julio de 2014

La hora azul

Esta hora de la tarde es el momento más agradable para las dos mozas. El río ofrece toda la majestuosidad en sus reflejos. El sol, que está poniéndose, asoma en un instante bajo la capa de nubes plomizas y un resplandor rojo estalla y derrama como la erupción de lava iridiscente sobre las aguas mansas. Todos los matices del verde reverberan en la orilla y en las islas del Arroyo Leyes.
Desde arriba, en la barranca, el Salado bravío se impone y navegan las canoas pescadoras entre el camalotal. Las niñas se mecen en la hamaca paraguaya que cuelga de un aromo perfumado y disfrutan de la algarabía del atardecer. El bicherío y los pájaros ofrecen un concierto ensordecedor. Un chamamé resuena por allá, por la ranchada de Rincón.
-No te preocupes, ya vendrán.
-No, por el Cholo, no, porque él es responsable...
-Pero el Negrito es muy audaz. Dijo que hoy iban a ir hasta el Arroyo Ubajay, que hay más pesca.
-Se demoran porque la pesca deba haber sido buena.
-Quieren quitarle al vientre del río toda su riqueza, para los críos.
-Esta flor de aguaribay que llevo en el pelo, me la trajo el Negrito ayer.
-Sí,k me contó el Cholo que la arrancó para vos, cuando estaba desenredando la red.
-Me gusta este momento de cada día, cuando venimos a esperar a nuestros amores.
Otra vez los nubarrones han opacado el sol y comienza la hora azul. Es el momento en que el día se aleja y se va acercando la noche. Las lechuzas chistan desde sus escondites. La primera estrella parpadea indecisa. Es un azul eléctrico que todo lo ensombrece.
Ante tal inmensidad, ambas callan y se hamacan. Los semblantes tensos, la mirada activa, los oídos alertas, el olfato sensible y los corazones palpitantes. Sus hombres ya vendrán.
Un alarido de júbilo, de repente, cruza el río, y son ellos. El ¡chas! ¡chs! de los remos surca las aguas y pronto estarán en la costa. Los benteveos lo confirman y los caranchos se preparan para el festín.
Dos torsos morenos ya pisan la orilla y comienzan la faena de la descarga. La luna abrillanta sus espaldas sudorosas y ellas corren al encuentro. Esta vez es el Cholo, el que trae un presente para ella, una flor de mburucuyá para curar la tristeza y la melancolía. 

jueves, 26 de junio de 2014

La hora rosa

Hay días en que vemos un mismo paisaje con la ceguera, o la torpeza que da la tonalidad de lo oscuro, de lo ignoto y de lo que atemoriza, y no nos permitimos, entonces, penetrar en ese bosque, en ese jardín, y menos aún, en esa casa, aunque la curiosidad nos invada para develar el misterio. Es como cuando los niños perdidos en el bosque encontraron la casita de chocolate. Ustedes conocen esa historia.
Con el paso de las horas, se azula el horizonte y hay olor a azufre y a trementina en el aire del anochecer. Pesadillas y noches de insomnio, de ésas que nos atormentan con crueldad y se reiteran.
Otros días, otros instantes pueden ser captados cuando nuestro humor ha cambiado. La llamo la hora rosa, cuando pasada la tarde, el sol empieza a declinar. Entonces vemos un bosque de profusa arboleda con todos los matices de verdes y marrones. La casita solitaria reluce en un claro. Las paredes son muros rosas, franjas naranjas y sombras violáceas de delicadas líneas. Las aberturas, de un tenue oro viejo. Todo nos invita a ingresar. Un jardín de lilas rosas se ha cubierto de una música celestial, anticipando el tiempo de reposo, de ensueños y de fantasías. En ese instante penetramos abriendo de par en par las puertas de la magia y de la imaginación.
Es el instante en que las cuerdas de la brisa son un concierto de arpas y guitarras; los sonidos de un violín son la música de un arroyo cantarín que no vemos, pero intuimos. La miel de esas flores todavía atrae a un sinnúmero de colibríes y abejorros, y la casita es ya, una arquitectura de chocolate, de turrón y de azúcar.
Siento el sabor dulce en mis papilas y me dispongo a descubrir un sueño premonitorio en un panorama de aguas traslúcidas y calmas, que apenas se mecen con el roce sutil de alas danzarinas. Hora rosa de gorjeos almibarados y un pentagrama en clave de sol.

domingo, 4 de mayo de 2014

Tiempos de espera

Ya está. Está entregado el petitorio. La empleada de la mesa de entradas de la "Honorable Cámara I en lo Criminal" recibió la nota y selló la copia.
Greta ha vuelto a la ciudad de montaña, tan lejana de su Dinamarca natal y ahora se sienta a descansar en un banco del parque frente al lago. Seca el sudor frío de sus manos y su frente y busca calor en el vientre hinchado de una preñez avanzada, aunque sea ya una mujer más que madura para la maternidad.
Tal vez sea una niña, tan rubia como su hermana melliza y tal vez tenga esas pecas sobre la nariz y las mejillas, única seña que la diferenciaba de Úrsula. Si fuera niña la llamará como su hermana muerta, sería una manera de recuperarla. Quizás tenga la piel blanca y prístina como la nieve en la madrugada, pero los cabellos renegridos y los ojos oscuros. Y si es varón, lo llamará Daniel, como su padre.
En reverberación del agua calma le aparecen imágenes de aquellos tiempos. ¿Cuántos años pasaron? Le cuesta manejarse con los números, lo que sí tiene claro es que ha tenido que someterse a tratamientos prolongados y complejos para obtener un hijo de ese hombre que desde siempre deseó. Las mellizas lo conocieron en un tugurio del centro, un subsuelo de sexo, drogas y rock and roll. Él había elegido a Úrsula y Greta envidiaba a su hermana por eso. Siempre fue una atracción irresistible ese muchacho díscolo, de risa fácil, de picardía en los ojos, con una vida tan opuesta a la de ellas, que hacía inconcebible esa relación. Casi un "homeless" que supo apañarse para compartir con extranjeros una vida de fantasía. Un indigente, pero audaz muchacho, e inteligente, al fin, sabedor de sus encantos ante la concurrencia femenina, que lo halagaba.
Ahora, una brisa cada vez más fuerte desde el oeste, ha encrespado el lago y como pantallazos, ella ve la cabaña de troncos que alquilaban las hermanas años ha, en medio del bosque y de la naturaleza virgen. Habían tomado unas largas vacaciones para esquiar en el centro invernal. Supo después que ese sitio se transformó en el Barrio Pájaro Azul, con casitas sencillas pero entrañables, de un encanto particular.
Otra ola que rompe sobre el espigón le hace ver la imagen de la puerta del baño con tres impactos de bala. Úrsula no se hallaba. Estaba Daniel en un estado calamitoso... una borrachera padre, no le dejaba emitir palabra, sólo sonidos incongruentes y llanto. Greta sabía de sobra qué es lo que pasaba cuando bebía en exceso. Era cíclico. Alcohol, violencia; sustancias y más violencia: más alcohol y luego, en la cúspide de las alteraciones emocionales, los golpes a quien más quería. A Úrsula. Recuerda que una vez llegó arrastrándose y le propinó a su hermana una paliza descomunal, luego de regalarle un sombrero que había robado en el centro para ella.
Las olas embravecen y el viento arrecia. Es hora de partir. Habrá que esperar la resolución: informe de la situación procesal del condenado, en uso del derecho de libertad condicional y conocimiento de la fecha de extinción de la condena.
Greta huyó aquella vez y no volvió más a la cabaña del bosque. Supo por la prensa que él había asesinado a Úrsula, que la policía lo detuvo, luego de las averiguaciones de rigor. Un manojo de cabellos rubios junto al hogar, unas manchas de sangre que no había podido quitar y las declaraciones de la dueña de la cabaña, que no había concurrido para atestiguar, sino que había ido a cobrar el alquiler adeudado. Se pudo constatar que el cuerpo se hallaba escondido en el botinero que a la vez, oficiaba de sillón-cama, junto al ventanal. Daniel fue apresado mientras caminaba tambaleante y delirando, por las inmediaciones del lugar.
Ahora la mujer también mira por el ventanal cómo cae la lluvia mansa sobre al cordillera, mientras los recuerdos se suceden. Unas cortas pataditas en su vientre la sustraen y la retrotraer otra vez a los pasos que dio durante aquellos años. No regresó a Dinamarca, fue a visitar a Daniel a la cárcel donde estaba alojado por su condena. Delito de "homicidio calificado, agravado por el vínculo". Más que recriminarlo, ella quiso reiterar la escena que había vivido en la cabaña una sola vez, aquella tarde frío, cuando su hermana se había quedado dormida, luego de haber ingerido alcohol y drogas. Recuerda que ha´bia llegado él en completa sobriedad, que ella no pudo contenerse. Fuego y pasión. Lo sedujo y se entregó a Daniel en la alfombra frente al hogar encendido. Nunca se arrepintió, porque quería conocer qué se sentía al estar en brazos de aquel hombre; su hermana había tenido esa dicha, pero ella no, hasta ese momento.
En la cárcel no fue lo mismo, porque eran "visitas higiénicas"permitidas en un cuartucho deslucido y entre barrotes. Y fueron muchas, hasta que Greta no regresó. Estuvo en Holanda y sólo volvió, meses atrás, para visitarlo y amarlo en el domicilio donde gozaba de libertad condicional. Cuando el reo obtuvo ese beneficio, estudió leyes y se graduó como abogado. En el petitorio que acaba de entregar, Daniel, abogado, argumenta que, "habiendo sido condenado antes de la Ley Blumberg, podría haber cumplido la condena en 2012, sin perjuicios de alguna conmutación de pena".
Habrá que esperar, así como ella espera un hijo de Daniel y la libertad, confía en los avances científicos, y en la justicia. Será justicia.

lunes, 7 de abril de 2014

Hombre de hierro. Hombre de cristal

Antes, no hace mucho, él era de hierro. Tenacidad de unos músculos vigorosos; era Apolo en sus líneas y tenía una vitalidad que apreciaba la vida en todos sus matices, con el ferbor y la pasión de un arrebato; así, como se extrae una espina que lastima y duele, hasta sangrar, enfrentaba todo cuanto se le presentaba para superar los incordios.
Por fuera, su aspecto era duro y recio de gambetas y encontronazos. Era decidido e impetuoso de nervios pura sangre. Por dentro, vulnerable y frágil, como el cristal. Esa dureza infranqueable puede resquebrajarse en cada instante, apenas en un roce de alas de mariposa, o ante un inesperado impacto, como si un pedrusco se estrellara contra su epidermis.
Metal dúctil, con la plasticidad de la ternura de una gota de rocío sobre los pastos de las mañanas de invierno, del roce de la piel y su tersura y el sabor de besos dulces e intensos de las cerezas de verano. Encantos que transmitió él con la sensibilidad a flor de piel y de boca, de sonrisa fácil y de risa repentina. Un creador de la belleza en sus pinturas, en el candor y el humor de sus dibujos, en la espontaneidad de sus textos. Supo extraer de su interior el esplendor de la gema de su espíritu, como el hierro forjado y bello. Lo brindó todo con la humildad y la sencillez de las cosas simples y me marcó, como se marca el ganado a fuego y sangre, casi aprisionándome en su pecho, como se cuida una piedra preciosa, o un secreto.
Así fue, cuando atravesó perpendicularmente mi corazón, con un pellizco de energía, con un bálsamo de paz, con la terneza de las pulsaciones que se agitan en la poesía de la vida.
Pero el hierro se oxida, porque es reactivo a la intemperie, a las tempestades y las borrascas, o la niebla del mar. Un día, el carro de la vida lo llevó a trocar su materia, sin quererlo, sin siquiera imaginarlo.
Ha corrido y ese cansancio placentero, se adentra en su cuerpo. Ha virado hacia un quarzo puro cristalizado. Veo cómo va ingresando por todos sus conductos y lento, se apoltronan las madréporas de coral en sus venas. Observo cómo la sangre se espesa y fluye como la miel que destila en goterones solitarios, irremediables.
El vidrio transparente de su piel me deja ver su corazón que corcovea en ochenta y ocho pulsaciones por minito, se expande y luego florece en la contemplación de la belleza del lugar, ese arroyo cantarín de la niñez que pasa, ese agua que nunca más pasará por ese Paraíso, el silencio del bosque y el canto de los pájaros.
Sus ojos se opacan; ya han perdido su esplendor, y es como si adivinaran la oscuridad que sobrevive.Ya se aquietan los duendes que jugueteaban en su mente. Percibo en su rostro la tortura del dolor y veo que ese pecho portentoso, ahora está hundido y seco, que se pudre entre la hojarasca. Corales duros, madréporas de calcio se elevan como una coraza, impenetrables. Su mirada turbia casi nada transmite, como un estanque quieto, que apenas mece la brisa. Es un hombre de cristal a punto de quebrarse.
Aunque transparente, como es el agua clara que fluye y se espuma en su cauce, sigue su trayectoria que está ya señalada. Se transformaron sus facciones y su boca ya no ríe, sufre. Las manos, sus piernas y sus dedos se han empequeñecido, cuando un descomunal misterios dejó de ser mito. Ahora resiste al dolor, ese dolor rememorado en un relato, y es casi la nostalgia del dolor.
Su pecho se hiende y se aplana en una llanura de tenues movimientos parejos y después son sobresaltos, picos, altos y bajos del trote enloquecido de embestida de la caballada, que van marcándose en la hoja alargada del electrocardiograma. Los párpados evidencias en aleteos constantes, que hasta aquí llegó, ya dio, ya brindó, y el cansancio ya no es placentero. Lo aplaca, lo hunde hasta la frontera del sucumbir, pero resiste y continúa, cuando alcanza a percibir la cabeza noble y cana de su padre que lo mira con esos ojos grises y apasibles desde un nimbo. Y a él le parece que está junto a su lecho y espera como un aletargamiento grave, que lo sustrae de una fría y desapasionada pesadilla.
Su cabeza traslúcida me deja entrever en el momento preciso en que se atormenta y va hacia un lugar ignoto, de desdibujados bordes y charcas de turbias inmundicias; unas carcajadas hirientes le acuchillan los oídos, los zapatos y el alma, hasta que las risas sarcásticas se alejan. Se tortura y ve con gesto de terror, los ojos de un monstruo que lo ataca hasta la orilla de la sofocación y la nuez de Adán sube y baja abruptamente. Se agita y las convulsiones lo disparan hacia espacios oscuros, donde espectros y zombies lo llevan de la mano por un túnel ominoso. Después se calma, dulcifica la mirada y el arrullo del agua salobre lo acuna, un pececito cómplice le guiña un ojo y un cardumen de rojos y rayas se alejan y lo dejan solo. La corriente suave le lava las lágrimas.
Estoy a su lado, acompañando con alma, con caricias, con comprimidos, con plegarias, a ese hombre de hierro que una vez fue, como si una turmalina, con pequeñas incrustaciones de hierro, debiera ser protegida, adorada y retenida, antes de que las esquirlas del cristal trisado me hieran.
Oye una voz suave que lo arrulla; una mano se distiende, fría y destrenza los dedos de una mano cálida que quiere retenerlo. Sus hijos lo rodean y un sopor medicamentoso los adormece. Ahora, su cuerpo yacente en la cama de hospital se sobresalta, cuando la ventana de visillos blancos se golpea una y otra vez. Afuera, el cielo es plomizo de tormenta y el viento sacude las hojas de otoño que pasan frente a su ventana. Sobre la rama de un sicomoro arrulla una paloma.
Abre sus ojos y ve a su lado la sonrisa de unos ojos que anticipan la sonrisa de unos labios calmos, que quieren insuflarle vida y curación. Luego los párpados se aquietan.
Amanece, y el lunes no es lunes, sino que es martes.

lunes, 31 de marzo de 2014

Tómate esta botella conmigo

-"Ultimo aviso a la pasajera Pérez Castaño, María Lucrecia: Debe abordar por la puerta Nº 9 el vuelo 3856 de Iberia con destino a Madrid". Último aviso" -los altavoces aullaban y corrí hacia el sitio. Tres hombres me interceptaron.
-Déme el anillo y aquí no ha pasado nada! -Era el Comisario Costas Jaritos y sus dos ayudantes. Sin chistar se lo dí y traspasé la puerta de embarque. Mis compañeros de ruta cuchichearon y se volvieron a mirarme, pero nada dijeron. Palpé en el bolsillo interior de la mochila y ahí estaba el perfume de flores silvestres.
Al instante me dormí.
Un sol radiante en el cielo diáfano. Las cabras ramonean en el sendero de los olivos añosos. Janis le ofrece dulces uvas y la observa como se admira a una diosa griega. Se siente Afrodita en ese paisaje idílico de amapolas y prados verdes. Un amor bucólico que la subyugó, ni bien decidió perderse de sus amigos  por esas callejuelas del barrio de Plaka, bohemio y sorprendente.
Plaza Syntagma, la mezquita del Partenón, la estatua de Atenea, el Teatro Dionisos... Culpa de Poseidón, pensó. El mar estaba picado durante la primera excursión hacia Mykonos. Ese mar de leyendas los sacudió con ganas y después ella no quiso continuar.
Fotografiaba el templo de Poseidón y la firma del poeta Byron en la última columna, cuando lo vio. Un dios griego la tomó de la mano y la guió para admirar el rojo sangre y los naranjas encendidos de la puesta de sol. En un inglés enrevesado se comprendieron. Pero mayor fue la atracción de esos ojos color de aceituna y ese cuerpo apolíneo, que ejercieron sobre ella tan extraña sensación.
Salmonete con verduras dispuestas en un gigante calabacín, vino rosado y pasteles de miel y almendras. Majestuosas vistas al mar. Bajaron y se besaron en la playa solitaria, nadaron y se amaron con descaro y sin mesura en la cueva de la caleta.
El trasbordador ya partía y corrieron como maratonistas. Las techumbres del caserío parecían plantadas en los prados verdes. Lambros, su padre, no lo esperaba y desc ansaba a la sombra de la parra. Kula, trajinaba en la cocina.
Un sacudón hizo que los pasajeros se colocaran el cinturón nuevamente.
Vio a Janis con ella en la taberna del Puerto de Pireo. Los músicos tocaban el boukouki, una larga mandolina y suaves melodías. El perfil del muchacho y su tez morena mostraban resabios de los turcos invasores. Un grupo comenzó a tocar un blues griego y luego, un toque de jazz. Ouzo como aperitivo, y albóndigas envueltas en hojas de parra.
Marilú sabía y no quería irse más... Sacude la cabeza a ambos lados y la azafata acude en su ayuda, de prisa.
-"Tómate esta botella conmigo..." -reconoció la voz ronca y embriagada de Concha Buika- ...que en el último trago me dejas...." Promediaban ya la botella de raki.
Janis salió apresurado a pelearse con dos parroquianos borrachos y regresó al tugurio. El puño ensangrentado estaba envuelto con la manga arrancada de su camiseta. Un perfume que olía a flores silvestres, y el anillo, en la otra mano.
Se quedó dormido; ella lo vio apoyado sobre sus brazos y le estampó un beso de despedida en la noble cabeza morena.
Vio que lo llevaban detenido por disturbios en la vía pública y por rotura del cristal de una joyería y perfumería. Se aferraba a la puerta del coche policial e insultaba. De un golpe en la cabeza enrulada, lo dominaron.
Marilú se sobresaltó y gritó tanto por los pasillos del avión, que otra vez la azafata se acercó para calmarla.
No sé si fue el carreteo del avión al aterrizar en Barajas, o el sonido del reloj en su departamento de Madrid, los que la despertaron. En el radio-reloj seguía cantando Concha Buika. Sentía aún el regusto a raki en su boca y el aroma floral en su cabellera. A un costado de la cama, están las maletas y en la mesa de luz, el boleto hacia Atenas, hoy a las diez y quince.

martes, 25 de marzo de 2014

Reportaje desangelado

A cuento de la presentación de un libro de poemas de una ignota poetisa, debí indagar sobre el sentido de las palabras para preparar la nota en la revista dominical.
La escritora se presentó a la cita con una demora considerable. Un dejo de irreverencia advertí en la ensoberbecida mirada; sus ojos duros eran revoleados hacia ambos lados con insistencia; parecían querer medir la aprobación de un público inexistente. De un pantallazo general, enseguida reconocí la pose. No, quizás estoy prejuzgando... la túnica blanca, cubierta de colgantes y pañuelos multicolores, la gorra con visera, puesta como al descuido y los aros enormes, todo, en su conjunto procuraban dar una imagen de bohemia, de artista combativa que protagonizó los sucesos del mayo francés del '68.
Al acercarse, su sonrisa era una mueca forzada, un simulacro de amabilidad, y se sentó frente a mí, en el rincón más silencioso del sector fumadores, que encontré en el bar.
-Cuando terminé de leer su poemario me dije: "Tengo que entrevistar a la autora" -y no le dije que trabajaba para la sección cultural de un diario, que de eso vivía, y que trataría de sonsacar tanta palabra críptica, por no decir vacía.
-Bien, aquí estamos -No me miró a los ojos, sino que miró sus manos, como buscando allí la respuesta a las preguntas que le haría.
-¿Ud. es diestra? Porque veo una dificultad en su mano derecha. ¿Túnel carpeano, quizás?- Ya tenía el diagnóstico: severa artritis en su mano derecha. Seguramente, a causa de llevar agarrado con fuerza, digo bien, agarrado con garras, un libro pesado debajo de la axila. Tal vez, las memorias de Simone de Beauvoir, o "La peste" de A. Camus. La imaginé más joven, transitando las calles cercanas a la Facultad de Filosofía y Letras, o trajinando por los bares de la Avda. Córdoba. Allá, por los '70, como tantos "estudiantes de sobaco", las mujeres iban a la facultad para conseguir novio, aunque exprimieran sus neuronas para que salga alguna gota de sabiduría y originalidad.
-Sí, soy diestra. Y escribo fervientemente mis borradores a mano, luego mi editor las pasa y corrige. Siempre hay que revisar.
-¿Se refiere a la forma, no al contenido?¿No es cierto?
-Sí -respondió parca, demorándose, reclinándose y exhalando una bocanada de humo a un costado de mi mejilla izquierda.
-Porque Ud. sabrá de los desvelos del escritor, "el oficio de poeta", como decía Pavese, y de los duendes que circulan por su mente saltarina, y de las musas que se resisten a aparecer... -su semblante era una tapa gris, como de pizarrón en épocas de paro, y no dijo nada.
-¿Leyó a Neruda?
-Sí, hace tiempo -en esa respuesta tan poco convincente, adiviné que eran bien escasas las lecturas de los grandes poetas.
-¿Conoce ese texto que habla de las palabras? -No me respondió y miró a través de los vidrios la garúa persistente.
-Hablemos de las palabras. Traté de hallar un eje en su poética, pero sin éxito. Sólo descubrí algunas que se reiteran. ¿Es común eso en los poetas?
-¿Por ejemplo? -inquirió desafiándome.
-encrucijada, recovecos, madrigueras, vestal, umbrío ... -y seguí enumerando hasta el aburrimiento.
-¿Es decir un fluir desacompasado de palabras que salen a borbotones? -me miró como para asesinarme y continué.
-En sus versos hay palabras que se aplican con insistencia, hasta con sobreabundancia, por ejemplo el adjetivo "desangelado/a" o el verbo "desangelar". ¿Podría explicitar, por favor?
-Los poetas queremos expresar la belleza utilizando recursos literarios, metáforas, comparaciones e imágenes, que el común de la gente no percibe - puso distancia en esa primera pregunta más incisiva. Porque yo quería sondearle a esa diosa artificial un poco de profundidad, rascando la superficie con uñas agresivas y venenosas.
-Y bien, ¿quiere decirme que los lectores llanos somos "desangelados"? -y seguí atropelladamente transcribiendo las expresiones que tenía marcadas: "el tiempo desangeló el otoño", "desangelado de amores" (casi le pregunto si ella hace el amor desangelada y sin protección), "recuerdo desangelado", "brilló desangelado"...
Me miró por primera vez a los ojos y pude leer también por primera vez su interioridad. Una mujer sola, desamparada, sin alegría, con amores fracasados, en suma, hueca y superficial, pensaba y ahora sí no me equivocaba.
-¡Ud. no entiende nada! -tomó su cigarrera, bebió de un sorbo, casi con violencia, su café, se colgó la cartera y se llevó el libro que había abandonado sobre la mesa.
Me quedé solo, viendo cómo la mujer se perdía entre la muchedumbre y se mojaba. Revisé las notas y las respuestas eran tan escuetas que pensé que sería una ardua tarea preparar la columna literaria. Debería acudir a palabras almibaradas y a expresiones halagüeñas... Mejor no, tomaré las palabras, las masticaré, me las exprimiré... y recordé "las persigo, las adhiero, las muerdo, las derrito... las agarro al vuelo, cuando pasan zumbando, las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto..." (Pablo Neruda en "Confieso que he vivido")